Cuando Benjamín salió de la habitación interior, su mirada, casi por instinto, se dirigió hacia el biombo.
No vio a Petra moviéndose de un lado a otro como de costumbre. Sus ojos se detuvieron por un instante y luego caminó hacia allá.
Lo que encontró fue a Petra recostada sobre el escritorio, dormida con la cabeza ladeada.
Debajo de su mejilla estaba el cuaderno de notas que había estado revisando. Su letra, tan limpia y bonita como ella misma.
Benjamín se acercó, se detuvo frente a ella y se sentó en el sofá, fijando la vista en su expresión dormida.
Tenía los ojos cerrados, pero el entrecejo fruncido; claramente, no descansaba en paz.
Seguramente, tantas preocupaciones acumuladas en estos días no le permitían relajarse ni siquiera al dormir.
Benjamín apartó la mirada de Petra y la dirigió a la montaña de papeles que colmaban el escritorio.
Aunque Petra ya había revisado parte de esos documentos en la mañana, aún quedaba mucho por hacer.
El Grupo Hurtado llevaba tiempo planeando expandirse a Santa Lucía de los Altos, y ya se habían realizado un sinfín de reuniones de todo tipo.
Sin embargo, si no recordaba mal, siempre había alguien encargado de organizar las actas de esas juntas.
A Petra solo le bastaba revisar los resúmenes de cada reunión para entender rápidamente los proyectos y planes de la empresa para Santa Lucía de los Altos.
Benjamín tomó uno de los expedientes y lo hojeó, frunciendo el ceño con seriedad.
En ese instante, sonó el despertador de Petra.
Había puesto la alarma para recordarle a Jimena que debía ir al hospital a su cita médica.
Casi por reflejo, Petra levantó la cabeza a toda prisa, agarró su celular, apagó el sonido y lanzó una mirada preocupada hacia la habitación interior.
Al ver que nadie salía, suspiró aliviada. Bajó la cabeza y estaba por escribirle un mensaje a Jimena cuando sintió que alguien la observaba.
Levantó la vista del celular y vio a Benjamín sentado en el sofá de enfrente, hojeando documentos.
El gesto de él era serio, impaciente, transmitía una molestia a punto de estallar.
—¿Sr. Benjamín, ya despertó? ¿Fui yo quien lo despertó? —preguntó, dudosa.
Quizá, pensó, había hablado dormida. O tal vez había hecho algún ruido al dormir que molestó a ese hombre con problemas para conciliar el sueño.
—¿Qué decías? —preguntó con voz cortante.
Petra, al ver la expresión tan dura y autoritaria de Benjamín, se tragó las palabras que tenía en la punta de la lengua.
—Nada —susurró—. Ya me regreso a trabajar.
La verdad, daba miedo verlo enojado.
Ahora entendía por qué Belinda le tenía tanto miedo.
Después de convivir con él en otras ocasiones, Petra sabía que Benjamín tenía muy mal humor al despertar, pero jamás pensó que podía ser tan intenso.
Además, si él no había descansado bien por su culpa al mediodía, cualquier petición podría ponerlo peor.
Ya se había desquitado con otros, y lo que menos quería era que también le tocara a ella.
Así que Petra volvió en silencio a su lugar temporal, se concentró en organizar los papeles y trató de volverse invisible.
Benjamín levantó la mirada hacia ella. Al ver lo cautelosa que se mostraba, se le marcaron más las arrugas del enojo.

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