Petra no pudo evitar que una sombra de molestia cruzara por sus ojos; en el fondo, la antipatía que sentía por Joaquín no hacía más que crecer.
¡Ese hombre siempre sabe cómo complicarle la vida!
Se frotó el entrecejo, frustrada, y abrió la conversación de Benjamín. Escribió unas palabras y las envió sin dudar.
[Sr. Benjamín, si lo que le preocupa es que al regresar a Santa Lucía de los Altos vuelva a tener algo con Joaquín, puede estar tranquilo, eso no va a pasar.]
En el trabajo, lo peor que te puede pasar es que tu jefe empiece a desconfiar de ti.
Si Benjamín se dejaba llevar por los mensajes que Joaquín había mandado y dudaba de ella, el futuro en Grupo Calvo se le pondría cuesta arriba.
Tras enviar el mensaje, Petra vio que Benjamín no respondía. Dudó unos segundos y agregó otra línea.
[Yo jamás mezclaría el trabajo con asuntos personales, ni dejaría que una traición afectara el rumbo de Grupo Calvo.]
...
Del otro lado, Benjamín leyó los mensajes de Petra y justo iba a contestar, sus dedos ya sobre el teclado, cuando recibió la segunda notificación.
Se quedó quieto. La expresión que comenzaba a suavizarse se endureció otra vez.
Las palabras de Petra eran formales, serias, estrictamente laborales. Nada en ellas tenía que ver con él como persona.
Se quedó mirando el chat con la mirada perdida, sin escribir nada más. Al final, guardó el celular.
Petra, mientras tanto, mantenía la vista fija en la parte superior de la pantalla, viendo las palabras “escribiendo” que aparecían junto al nombre de Benjamín.
Estaba claro que él había leído sus mensajes.
Esperó en silencio. Pasaron unos cinco minutos, pero el mensaje de Benjamín nunca llegó.
Apretó el celular con fuerza.
¿Acaso Benjamín estaba escribiendo una lista de insultos para ella?
No podía ser. Todo eso era cosa de Joaquín, no tenía nada que ver con ella.
Cuando la palabra “escribiendo” desapareció del chat y no llegó ningún mensaje, Petra se quedó aún más inquieta.
Esperó un poco más, pero no hubo respuesta.
Para cuando el chofer detuvo el carro frente a la casa de su abuela en las afueras del pueblo, Petra seguía sin recibir respuesta de Benjamín.
Sin poder sacárselo de la cabeza, agradeció al chofer y bajó del carro.
Al entrar a la casa, no podía evitar mirar su celular cada par de minutos.
Petra se impacientó.
—¿Ahora resulta que tienes a alguien vigilando mi casa?
Joaquín lo negó enseguida.
—No es eso. Solo quería saber cuándo regresabas, nada más. Por favor, abre la puerta.
—No quiero.
—...
Petra no dejó lugar a dudas. Lo cortó de tajo, sin darle oportunidad de seguir insistiendo, como si cerrara la puerta incluso antes de abrirla.
Joaquín respiró hondo y buscó otro tema, su voz intentando sonar comprensiva.
—Petra, ¿dónde has estado estos días?
Ella contestó, seca:
—¿Y eso a ti qué te importa?
La respuesta de Petra fue un golpe directo. Joaquín se atragantó con sus propias palabras, sin saber si tragar el orgullo o seguir insistiendo.

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