Petra no pudo evitar que una chispa de sorpresa cruzara por sus ojos. Retiró la mano que ya estaba a punto de encender el carro, se bajó del asiento del conductor y, sin perder la compostura, se dirigió con paso firme hacia la entrada principal de la familia Calvo.
Apenas llegó a la puerta, lo primero que vio fue un Aston Martin estacionado ahí, con líneas elegantes y un diseño sencillo que resaltaba entre los demás carros.
En cuanto la vio salir, Benjamín se bajó de inmediato y le abrió la puerta del carro.
Petra respiró profundo para tranquilizarse, se dibujó una sonrisa en el rostro y se acercó, inclinándose con cuidado para subir.
—Gracias.
Benjamín apenas la miró de reojo y, con voz neutral, contestó:
—No hay de qué.
Petra apretó los labios, conteniendo un comentario.
Esperó hasta que Benjamín regresó al asiento del conductor y cerró la puerta para hablar con voz baja.
—Necesito ir a hacerme el maquillaje y el peinado. Puede que me tarde un poco.
Benjamín asintió con indiferencia.
—Ya lo sé.
¿No se supone que a los hombres no les gusta acompañar a las mujeres a arreglarse o ir de compras? Petra se preguntó, intrigada, al verlo tan tranquilo y hasta interesado.
Pero no dejó que la curiosidad la distrajera; simplemente le dio la dirección que su hermana le había pasado.
Benjamín respondió con un simple:
—Ajá.
Y arrancó el carro.
...
Al llegar al estudio, Petra se acercó a la recepción y se presentó. La recepcionista, muy eficiente, marcó el número de Esteban y, en cuestión de minutos, él mismo salió a recibirla.
En cuanto la vio, Esteban se acercó con energía, tomó su mano de manera demasiado familiar y, con tono cariñoso, le dijo:
—¿Tú eres Petra, la hermana de Jimena, verdad?
—Sí —respondió Petra, sonriendo por cortesía, aunque la falta de límites de Esteban al tomarle la mano la incomodaba un poco. De todos modos, no hizo ningún gesto drástico para zafarse.
Esteban estaba a punto de guiarla hacia el fondo del estudio cuando, de repente, sintió como si le recorriera un escalofrío por la nuca. Una sensación de amenaza lo paralizó.
Petra se sorprendió, y esa sorpresa se reflejó en sus ojos. Al levantar la vista y mirar por el espejo, notó que Benjamín también la estaba observando.
Abrió la boca, pensando en aclarar la situación, pero recordó el consejo de su hermana: “Si tienes la oportunidad de disfrutar esa atención especial, sácale el mayor provecho”.
Así que lo pensó mejor y, en vez de decir algo, simplemente sonrió, dejando el asunto en el aire.
Después de definir los detalles del maquillaje y peinado, Esteban la condujo al segundo piso, directo a la sección de vestidos para elegir la ropa.
Benjamín permaneció sentado en el sofá, sereno, hasta que decidió levantarse y subir las escaleras también.
Fue en ese momento cuando el celular de Esteban sonó. Sin dudarlo, tomó el teléfono y salió al balcón del segundo piso para contestar.
Petra, mientras tanto, eligió un vestido sencillo en tono rosa claro y entró al probador. No había pasado mucho cuando, de repente, se escuchó un ruido —¡clank!— proveniente del interior.
La vendedora, preocupada, preguntó desde afuera:
—¿Señorita Petra, está todo bien?
—Sí… sí, estoy bien —respondió Petra, aunque su voz sonaba algo apagada.
Benjamín frunció el ceño, se acercó rápido y tocó la puerta del probador con firmeza.

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