Poco a poco, ella fue soltando el vaso de agua que tenía apretado entre los dedos, tratando de calmar su ánimo.
Pero justo cuando por fin logró serenarse, el vaso desapareció de su mano, arrebatado por el hombre que estaba sentado a su lado.
—¿De verdad piensas tomar esta agua tan sucia?
La voz de Benjamín sonó grave, casi ronca. Levantó el vaso y, sin pensarlo demasiado, lo volcó hacia atrás.
Detrás de ellos, se escuchó un grito de sorpresa.
Una señora elegante, que estaba platicando animadamente con sus amigas, se levantó de golpe del asiento, con el enojo pintado en la cara.
—¿Qué te pasa a ti…?
No terminó la frase, porque en cuanto vio que quien había tirado el agua era Benjamín, el coraje se le esfumó al instante.
—Ay, ya decía yo, ¿quién iba a ser? Resulta que es el señor Benjamín.
Benjamín se quedó tranquilo, apenas alzó la ceja para mirarla de reojo.
—Disculpe.
Aunque pidió disculpas, su actitud fue tan distante que cualquiera notaría que no lo decía en serio.
El gesto de la señora se quedó congelado. Al final y al cabo, ella y sus amigas habían llegado antes que Benjamín y su grupo.
Además, las mesas no estaban tan lejos. Ellas habían estado platicando todo el tiempo, ¿cómo era posible que no se dieran cuenta de lo que pasaba?
No tenía caso buscarle tres pies al gato, ni siquiera había hecho nada para molestar a Benjamín. No quería pensar mal, pero al ver el desdén en la mirada de él, no pudo evitar sospechar que lo hizo a propósito, como si les estuviera diciendo que ni siquiera las consideraba personas.
Aun así, no tenía forma de probar nada. No le quedó otra que fingir tranquilidad y sentarse otra vez. Mientras se acomodaba, vio a Petra y se le aclaró todo: Benjamín había hecho eso para defenderla.
Petra lo miró de reojo, con expresión atónita, y una chispa de emoción le pasó por los ojos.
Él debía haber notado lo que ella sentía, así que le quitó el vaso y tiró el agua para hacerle frente a esas mujeres.
Lo que ella no se atrevía a hacer, él lo hacía sin pensarlo dos veces.
Porque ellas le temían a Benjamín, no se atrevían a buscarle pleito. Incluso si notaban que lo hacía a propósito, nadie se atrevería a reclamarle.
Era como si, con ese acto, él confirmara que todo lo que decía era cierto.
Resulta que lo que Benjamín le había puesto era puro jengibre disfrazado.
Jaime odiaba el jengibre.
Todos en la mesa soltaron la carcajada. El ambiente se relajó, como si el aire se llenara de alegría.
Solo Florencia no pudo sumarse a la risa, su sonrisa tenía un dejo amargo. Aunque curvó los labios, en sus ojos no había ni una pizca de alegría.
Ella fingía platicar con Berta, pero en realidad, desde hacía rato no apartaba la vista de Benjamín y Petra.
El gesto de Benjamín, tirando el agua con tanta decisión, solo para defender a Petra, no se le escapó.
Desde que volvió a la familia Aguirre, Florencia había estado cerca de Benjamín.
En todos estos años, nunca lo había visto proteger tanto a alguien.
Por unas simples palabras que le molestaron a Petra, Benjamín no dudó en tomar cartas en el asunto y hasta se atrevió a mojar a las otras mujeres.
Era difícil de creer que él, tan elegante y reservado, se rebajara a hacer algo así solo por defenderla.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Traición en Vísperas de la Boda
Me gustaría saber cuántos capítulos faltan y cuando los publicará...