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La Traición en Vísperas de la Boda romance Capítulo 301

Como Franco tenía que atender a unos invitados a mediodía, no pudo recibir como se debía a sus grandes amigos.

Aunque la comida todavía no terminaba, él se levantó de la mesa principal y se acercó a saludarlos personalmente.

—En la noche tengo organizada otra reunión. No se me vayan, espérenme en la bodega de vinos.

La bodega de la familia Ruiz estaba justo al lado de la hacienda.

Todos notaron de inmediato que Franco no andaba de buen humor, así que nadie mencionó la idea de irse temprano.

Petra echó un vistazo a Benjamín, sentado a su lado, y al notar que él tampoco tenía intención de irse, se acercó para hablarle en voz baja.

—Si mi hermana se quiere ir más tarde, yo me voy con ella, así que no te preocupes por llevarme.

Benjamín la miró de reojo, bajando la voz al responderle.

—Haz lo que quieras.

Petra percibió el tono molesto de Benjamín y, mordiendo suavemente sus labios, se sintió un poco culpable.

Al fin y al cabo, ella había llegado con él; si no se iba junto a él, eso le hacía quedar mal.

Pensando en lo mucho que Benjamín la había cuidado durante el día, le susurró de nuevo:

—No te enojes, mañana te invito a comer.

Gracias a Benjamín, Petra había podido asistir y terminar ganando tanto dinero.

—Va.

Al ver cómo el gesto indiferente de Benjamín se disipaba y obtenía respuesta, Petra por fin se sintió más tranquila.

Benjamín era como un amuleto para ella, alguien a quien no podía darse el lujo de molestar.

Del otro lado de la mesa, Florencia observaba la complicidad entre Benjamín y Petra, y de repente se le quitó el hambre.

...

Terminada la comida, los invitados comenzaron a retirarse poco a poco.

En la mesa principal seguían platicando animadamente.

Como Franco aún no se levantaba, el grupo decidió adelantarse y esperarlo en la bodega.

—¿No estábamos platicando bien? ¿Por qué te pones así? ¿Te dolió lo que te dije? ¿O es que ni la señorita Florencia te deja lustrarle los zapatos?

—Qué raro, tú tan dispuesta a estar a sus pies y ni así te toma en cuenta, ¿no?

Los comentarios de Petra cayeron como piedras sobre Catalina, que de pronto sentía que le faltaba el aire.

Jamás habría pensado que Petra, a quien la familia Calvo había criado como ejemplo de señorita distinguida, tuviera una lengua tan afilada.

Con los dientes rechinando de coraje, Catalina apenas pudo escupir:

—Qué descarada eres.

Petra arqueó las cejas y le dio un empujón antes de soltarle la mano.

—Aunque sea descarada, no eres tú quien me va a venir a dar lecciones. ¿Con qué derecho me amenazas?

Catalina casi pierde el equilibrio, tambaleándose dos pasos hacia atrás. La fuerza con la que Petra le había sujetado la muñeca le dejó claro que no podría ganarle en una pelea.

Aunque en su interior hervía de rabia, ya no se atrevía a intentar nada más contra Petra.

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