La mirada del chico reflejaba pura decepción, pero aun así, respondió de lo más dócil:
—Está bien, señorita.
Petra mantuvo su sonrisa cortés y reservada, quedándose quieta en el mismo lugar mientras esperaba a Benjamín.
Al marcharse, el muchacho no dejaba de volver la cabeza cada tres pasos para mirar a Petra, como si esperara que ella lo llamara y se arrepintiera de su rechazo.
Petra captó de inmediato lo que él pretendía y no le dirigió ni una palabra.
Cuando él ya había avanzado unos cuantos pasos, se dio la vuelta con seriedad y la miró de frente.
—Señorita, ¿por qué no intercambiamos números de contacto?
Una sensación extraña recorrió a Petra, y sin pensarlo dos veces, contestó de forma directa:
—Perdón, pero no traigo mi celular.
El chico soltó una sonrisa triste y replicó:
—Si no quieres darme tu número, solo dilo, no había necesidad de inventar que no traías celular.
Petra, sin perder la calma, habló con tono tranquilo:
—Oh, entonces, perdón, la verdad no quiero agregarte.
Por un instante el chico se quedó pálido, pero al final solo se dio la vuelta y se perdió por el fondo del pasillo.
Petra arqueó una ceja, y al ver la silueta solitaria de aquel chico, solo pensó que después de tanto tiempo con Benjamín, se le estaban pegando los aires sarcásticos de él.
En ese momento, Benjamín terminó de hablar con el encargado y se acercó a ella. Al ver que Petra miraba hacia lo profundo del pasillo, le preguntó:
—¿Qué estás viendo?
—¿Qué crees? Estoy viendo galanes —contestó Petra con descaro.
La mirada de Benjamín se oscureció un poco.
—¿Otra vez te falla la vista?
Petra chasqueó la lengua, apartó la mirada y lo miró de frente, con seriedad.
—Te lo juro, había un chico guapo. Hasta se me acercó a platicar, quería que nos uniéramos en equipo, pero pensé en ti y lo rechacé.
Benjamín la miró desde arriba, con una expresión que se volvía cada vez más profunda.
—De verdad —insistió Petra, casi riéndose.
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