Cuando Petra llegó a la sucursal de Grupo Hurtado en Santa Lucía de los Altos, todavía había visitantes dentro de la oficina de Benjamín.
La recepcionista la reconoció de las veces anteriores en que Petra había llegado acompañada de Benjamín. Al ver que Petra salía del elevador, se acercó de inmediato, con una sonrisa amable.
—Señorita Petra, qué gusto verla.
Petra mantuvo la misma cortesía en su rostro.
—Hola, buen día.
Sabía que aún le quedaban tres meses más trabajando en Grupo Hurtado. Todas esas personas iban a ser sus compañeros, así que prefería llevarse bien desde un inicio. Si se acomodaba con ellos desde ahora, la convivencia sería mucho más sencilla en los meses por venir.
—El señor Benjamín todavía está ocupado con unos visitantes en la oficina. Permítame avisarle que ya llegó, ¿le parece si la acompaño a la sala de espera?
Mientras hablaba, la recepcionista la guiaba hacia el área de descanso.
Petra asintió.
—Muchas gracias.
La recepcionista regresó a su lugar y marcó la extensión interna que comunicaba directamente con la oficina de Benjamín para avisarle que Petra ya estaba abajo.
La voz de Benjamín llegó del otro lado, seca, áspera y distante.
—Que espere.
Colgó el teléfono sin agregar nada más. El tono de su voz evidenciaba una molestia que no podía —o no quería— disimular.
La recepcionista notó perfectamente el mal humor de Benjamín. Dejó el auricular en su sitio y fue a atender a Petra, esforzándose por no demostrar ninguna incomodidad.
...
Al otro lado de la puerta, Catalina estaba de pie frente al escritorio de Benjamín. Observó cómo él fijaba sus profundos ojos oscuros en la pantalla del celular, donde tenía abierta una foto de Petra sonriente, vestida de novia. La tensión en el ambiente era tan densa que casi se podía cortar con cuchillo.
La sonrisa de Catalina se estiró, incapaz de ocultar el placer que le producía la situación.
—Benjamín, ¿sabías que Petra tiene novio en Santa Lucía de los Altos? Llevan siete años y ya casi se casan.
Benjamín apartó la vista de la foto para clavarle una mirada filosa a Catalina. No se molestó en responderle.
La fuerza de esa mirada hizo que Catalina sintiera una punzada de inquietud. A pesar de que ella estaba de pie y Benjamín seguía sentado, la sensación era que él la dominaba, viéndola desde muy arriba.
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