—¿La señorita Catalina te dijo para qué quería la foto de bodas tuya y de Petra? —preguntó Cecilia, con la voz cargada de sospecha.
Joaquín no respondió en ese momento. Solo bajó la pierna que tenía cruzada, se levantó despacio y caminó hacia el ventanal. Miró el paisaje de la ciudad, perdido en sus propios pensamientos.
Había luchado junto a Petra desde que vivían en un pequeño departamento rentado, hasta alcanzar el éxito que ahora disfrutaban. Sabía, mejor que nadie, lo importantes que eran el uno para el otro.
No pensaba dejar que Petra se alejara de su lado.
Joaquín tenía claro que, si Petra se iba, se llevaría consigo una red de contactos que tardó años en construir.
Después de tanto tiempo moviéndose en el mundo de los negocios, conocía de sobra lo que estaba en juego.
Cecilia, al ver que Joaquín no tenía intenciones de seguir con ese tema, no pudo evitar morderse los labios.
Antes, cuando Renata no estaba en el panorama, Joaquín le consultaba todo. No importaba el asunto, siempre platicaba con ella, incluso sobre qué regalo comprarle a Petra en alguna fecha especial; ella era quien le ayudaba a decidir.
Hasta el departamento donde Joaquín y Petra vivían juntos, fue decisión suya.
Ahora, por un asunto tan sencillo, él ya no quería ni hablarlo con ella.
—Joaquín... con lo de Renata, ¿acaso no crees que deberías darme alguna explicación? —preguntó Cecilia en voz baja, con un tono entre resentida y dolida.
Joaquín seguía de pie, firme, frente a la ventana. Al escucharla, ni siquiera se giró.
—Cecilia, yo nunca prometí que en mi vida solo estarían tú y Petra. ¿Qué explicación esperas entonces? —soltó con voz seca.
Aquello fue como un golpe para Cecilia. Observó la espalda de Joaquín, apretando los labios hasta casi hacerse daño.
—Tú no eras así antes —murmuró, con la voz temblorosa—. Antes hasta tu sonrisa era distinta.
Joaquín dejó escapar una risa baja, una carcajada cargada de ironía.
—En este mundo no existen hombres rectos ni perfectos —reviró—. Si he llegado a donde estoy, ¿por qué no disfrutar de las ventajas que mi posición me da?
—Tu papá, solo con su tienda de abarrotes, pudo tener a una mujer fuera de casa. Yo, con todo lo que tengo, ¿no puedo vivir mejor que él?
Para él, las chicas jóvenes que constantemente se le acercaban eran la recompensa a todos esos años de esfuerzo.
Cecilia mordió su labio, sintiendo que todo lo que había preguntado carecía de sentido.
Ahora, la familia Ríos y Joaquín estaban tan ligados en negocios y secretos que, si caía la familia Ríos, él tampoco tendría salida.
Y si a Joaquín le pasaba algo, la familia Ríos también estaría en problemas.
¿No era esa la prueba de su absoluta confianza en ella? ¿Si no la creyera esencial, se habría arriesgado a atarse así a su familia?
Como suele decirse, donde está el dinero, ahí está el amor. Quizás debía confiar en el cariño que Joaquín le tenía.
La tensión que había sentido desde que platicó con Petra comenzó a disiparse. Se apoyó con delicadeza en el hombro de Joaquín y lo abrazó por la cintura.
Su destino, pensó, jamás sería igual al de Renata.
¿Renata? Ni siquiera podía compararse con ella.
Lo de Cecilia y Joaquín era una historia de más de diez años.

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