Petra apenas podía recuperar el aliento. Levantó la mano y lo empujó suavemente.
Benjamín por fin la soltó, aunque se notaba que no quería hacerlo. Frunció el ceño mientras la miraba, la mujer en sus brazos era la imagen misma de la emoción contenida, y su mente era un torbellino imposible de controlar.
—Petra, tú fuiste la que empezó con esto...
Petra no quitó sus brazos de su cuello. Escuchó cómo Benjamín murmuraba sin parar y, fastidiada, lo interrumpió.
—Llévame a la habitación.
El cuerpo de Benjamín se tensó un poco. Entrecerró los ojos, analizándola.
—Primero dime, ¿quién soy?
Petra abrió los ojos para mirarlo, pero no contestó.
Benjamín insistió, su voz más suave pero firme.
—Anda, dime quién soy, y te llevo a la habitación.
Las mejillas de Petra se inflaron de molestia.
—¿Qué te pasa hoy, cariño? ¿Por qué me preguntas esas cosas?
Antes nunca le hacía esas preguntas.
Eran pareja, después de todo.
Benjamín se quedó quieto, como si estuviera esperando la respuesta, sin intención de cargarla si ella no se lo decía.
Petra lo miró, desconcertada, las pestañas temblando. Se acercó aún más a él, buscando su abrazo, pero Benjamín, de pie, no movió los brazos para rodearla.
Solo sintió una punzada de tristeza.
En sus sueños, Benjamín nunca la trataba así.
Siempre era cariñoso, complaciente, le daba todo lo que quería.
Jamás la ignoraba de esa forma.
De repente, a Petra se le llenaron los ojos de lágrimas y empezó a sollozar bajito.
¿Será que incluso en su sueño, Benjamín ya no la quería?
¿Por qué ni siquiera en sus sueños podía tener su cariño?
Benjamín escuchó su llanto y, por un instante, su atractivo rostro mostró una mezcla de emociones difíciles de descifrar.
Al final, como si aceptara su destino, se agachó y la levantó en brazos, llevándola rumbo a la habitación.
Petra se acurrucó en su pecho, incapaz de contener el llanto.
Benjamín la escuchó en silencio, sintiendo cómo una incomodidad inexplicable le crecía por dentro.
La calidez que alguna vez sintió se desvaneció con cada uno de los sollozos de Petra, y en su lugar volvió esa actitud distante, casi altiva, que lo caracterizaba.
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