Cuando Belinda estaba a punto de decir algo más, Petra la interrumpió suavemente.
—Belinda, déjalo así. En verdad, está bien así.
Belinda miró los ojos de Petra, notando la emoción contenida que se asomaba en su mirada. Abrió la boca, queriendo decir algo, pero las palabras no le salieron. Al final, solo quedó el silencio.
Aceptar lo que no se puede cambiar es una lección que la vida siempre termina enseñando.
—Cuando regreses en carro, ten cuidado —dijo Belinda, resignada.
Petra asintió con la cabeza y respondió con un simple:
—Está bien.
...
A la mañana siguiente, Petra fue la primera en llegar a la oficina.
Sin embargo, Susana ya estaba ahí. A pesar del maquillaje, era imposible disimular su cansancio; tenía ojeras y el semblante apagado. Era evidente que no había podido dormir en toda la noche.
Petra apenas la miró antes de enfocarse en su computadora para revisar los reportes de datos. Mientras tanto, Susana no paraba de mirar hacia donde estaban los elevadores de empleados, esperando ansiosa.
Pero Alba no aparecía.
La impaciencia comenzó a notarse en el rostro de Susana, quien arrugaba la frente y apretaba los labios cada vez más.
Faltaban solo diez minutos para la hora de entrada cuando por fin Alba cruzó la puerta de la oficina.
Desde que entró a la zona de trabajo, no despegó la vista de su celular, mandando mensajes a toda velocidad.
Susana se acercó a su escritorio y tocó la mesa con los nudillos.
—Tenemos que platicar tú y yo.
Pero Alba estaba esperando la respuesta de la compañera con la que había cenado el día anterior. Había pagado toda la cuenta ella sola y ahora quería que esa persona le devolviera al menos una parte, ya que varios de los platillos ni siquiera los había pedido ella.
—Ahorita no puedo.
Ni se percató de la mirada molesta de Susana. Le contestó con fastidio, sin levantar la cabeza.
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