El hombre se subió a la cama y, en el instante en que la tocó, Petra sintió cómo la piel se le encendía bajo ese contacto. Era como si el calor se le colara hasta lo más hondo, quemándole las mejillas y acelerando sin remedio los latidos de su corazón.
En cuanto Benjamín se acomodó, notó de inmediato la tensión en el cuerpo de Petra. Sus ojos se oscurecieron un poco; la miró fijamente, con una expresión que se volvía cada vez más distante. De repente, sin decir nada, se dio la vuelta y le dio la espalda.
Petra respiró hondo, tratando de calmarse, pero el aroma fresco que desprendía Benjamín seguía colándose por su nariz, haciéndola sentir más despierta que nunca. No podía dormir. Giró apenas la cabeza para mirar la espalda de ese hombre que ahora parecía tan lejano, pero luego volvió a acomodarse, dándole también la espalda.
Tal vez así lograría sentirse mejor.
Pero acababa de darse la vuelta cuando, de repente, Benjamín giró con fuerza y la atrajo hacia su pecho, obligándola a encarar su mirada.
—No quiero que me des la espalda.
La voz de Benjamín sonó mandona, cargada de molestia y ese toque de impaciencia que casi nunca mostraba.
Petra se quedó muda.
¿No era él quien le había dado la espalda primero?
¿Así que él sí podía hacerlo y ella no?
Benjamín la abrazó más fuerte y, al notar lo tensa que seguía, murmuró con voz grave:
—¿De verdad quieres dormir toda la noche así de tensa? Mañana vas a amanecer con los músculos hechos trizas.
Mientras hablaba, empezó a masajearle suavemente las piernas, intentando que se relajara un poco.
Sin embargo, poco a poco sus manos fueron subiendo, y el gesto inocente fue perdiendo su intención original. Al ver que Petra no se resistía, Benjamín se inclinó sobre ella, cubriéndola con su cuerpo.
—Si no puedes dormir, hagamos algo que te quite el sueño por completo.
Se acercó y dejó un beso suave en su frente, sus ojos profundos llenos de una calidez inusual.
...
A la mañana siguiente, Petra abrió los ojos y vio que Benjamín ya no estaba en la cama. Se quedó un momento en shock; si no fuera porque todavía sentía el calor de las sábanas, habría pensado que todo lo de la noche anterior no había sido más que un sueño.
Se quitó la cobija y se levantó. Al llegar al baño, lo primero que vio fue el lavabo donde, perfectamente acomodados, había dos vasos: uno azul y uno rosa. Cada uno tenía su respectivo cepillo de dientes, como si alguien se hubiera tomado el tiempo de dejarlo todo en orden.
Durante el tiempo que llevaba viviendo con Benjamín, Petra nunca había visto a ningún otro empleado en la casa, así que solo podía haber sido él quien lo preparó todo.
Tomó el cepillo y, sin quererlo, se le dibujó una sonrisa en los labios.
Después de arreglarse, bajó las escaleras y escuchó ruidos provenientes de la cocina. Se acercó despacio, y ahí estaba Benjamín, preparando el desayuno con una concentración que la hizo sonreír aún más.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Traición en Vísperas de la Boda
Me gustaría saber cuántos capítulos faltan y cuando los publicará...