Joaquín, molesto, apartó de un empujón a todos los que intentaban detenerlo y se dejó caer en el sofá, ahogando su mal humor en un vaso de licor.
Cuando los presentes lo vieron calmarse, por fin soltaron el aire que llevaban contenido en el pecho.
Uno tras otro, se acercaron a él para intentar convencerlo de que no debía rebajarse al nivel de Simón.
Joaquín mantenía el gesto serio, sin dignarse a responder.
Al terminarse una botella, agarró su saco de un costado y, con la voz ronca, anunció:
—Vámonos.
Al verlo así, sus amigos no intentaron detenerlo; al contrario, lo acompañaron hasta la salida, bromeando y despidiéndose como si nada.
Afuera, Leo lo esperaba en el carro. Cuando vio salir a Joaquín rodeado de sus amigos, se apresuró a bajarse para abrirle la puerta trasera.
Joaquín, rodeado por esa panda de compinches, subió al carro casi a empujones.
Apenas la puerta se cerró, Leo regresó al asiento del conductor. Echó un vistazo por el retrovisor y vio a Joaquín, con el semblante sombrío, hundido en el asiento trasero. Dudó un instante, pero terminó por hablar:
—Señor Joaquín, hoy la señorita Calvo canceló la fiesta de despedida de soltera.
Joaquín sintió un vuelco en el corazón. Sin pensarlo, olvidó por completo el enfado con Petra y sacó su celular para marcarle de inmediato.
Esta vez, Petra sí contestó.
—¿Qué pasa?
La voz calmada y distante de Petra atravesó el celular. Su tono, tranquilo y suave, logró apaciguar un poco la ansiedad de Joaquín.
—Escuché que cancelaste la fiesta de despedida, ¿por qué no me consultaste antes?
Habló en voz baja, intentando que Petra no notara su preocupación.
Petra parecía estar de buen humor, pues respondió sin rodeos:
—Esa fiesta la organizó mi abuela. Ahora que ella ya no está, la verdad es que muchos invitados ni los conozco. Así que preferí cancelarla y juntar todo en el día de la boda. Ya avisé a los que estaban invitados: si quieren venir, bien; si no, tampoco pasa nada.
Al escuchar la explicación, Joaquín se sintió aliviado por completo.
—Un asunto tan importante, debiste consultármelo.
—¿No estabas ocupado con el trabajo? Si hay cosas que puedo decidir sola, prefiero no molestarte.
Joaquín se quedó en silencio.
—¿Cómo vas a comparar nuestra relación con el dinero? —reviró Petra.
No había comparación.
Siete años de relación podían acabarse o transformarse.
Pero el dinero siempre estaba ahí.
Todavía faltaba cubrir un hueco grande en las cuentas del Grupo Calvo.
En este momento, lo único que ocupaba la mente de Petra era conseguir más dinero.
Su plan era volver a San Miguel Antiguo con una buena suma y, junto a su hermana, devolverle el brillo al Grupo Calvo. Así, al menos, no sentiría que esos siete años de esfuerzo se habían perdido del todo.
Joaquín, al escucharla, sintió cierto alivio.
—Petra, te juro que cuando nos casemos, voy a esforzarme el doble para que nunca tengas motivos para estar triste.
—¿Eso quiere decir que sí me vas a transferir el dinero? —preguntó Petra, sin dudar.
Joaquín se quedó pasmado un instante, la cara dura como una piedra.

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