—¿Si te transfiero dinero ahorita, te vas a poner feliz?
—Claro —respondió Petra con calma, y le devolvió la pregunta—. ¿Por qué no estaría contenta?
Joaquín apretó la mandíbula.
—Te transfiero ya mismo.
—Perfecto —dijo Petra—. Acuérdate de poner que es un regalo voluntario en el concepto.
Joaquín terminó la llamada con el ceño fruncido.
Sin perder tiempo, abrió la aplicación de su banco en el celular y le transfirió una buena cantidad a Petra, anotando “regalo voluntario” como concepto. Después, tomó una captura de pantalla y se la mandó.
Petra apenas había dejado el celular sobre la mesa cuando le llegó una notificación.
Volvió a tomar el celular y abrió el mensaje.
Depósito recibido: doscientos mil pesos.
Una sonrisa se dibujó en sus labios y sus ojos se relajaron. Ya tenía el dinero para reparar el carro, y hasta le iba a sobrar un poco. Una preocupación menos.
Joaquín también le mandó la captura.
Petra abrió el chat y, de buen humor, le contestó con un sticker de “gracias”.
Joaquín vio su respuesta y, por fin, pudo respirar tranquilo. Escribió unas palabras.
[Voy para allá a verte.]
La sonrisa de Petra se esfumó en un instante al leer el mensaje.
[En realidad, yo prefiero que nos veamos pasado mañana en la boda.]
Joaquín respondió:
[¿Qué, quieres hacerte la interesante y luego celebrar como recién casados?]
[¿Tú no tienes ganas de eso?] —le reviró Petra.
[Por supuesto que sí. No dejo de soñar con el momento en que te vea con el vestido de novia que diseñé para ti, casándote conmigo. Petra, de verdad te amo.]
Petra soltó una carcajada desdeñosa.
Renata llevaba rato esperando a Joaquín en casa. Al ver que no regresaba, no pudo evitar enviarle un mensaje. Él no le contestó.
Justo cuando estaba a punto de llamarle, Penélope apareció de la nada en su habitación y le arrebató el celular de las manos.
—¿Ya viste la hora que es? Sigues pegada al celular y esa cosa hace daño por la radiación. Piensa en el bebé, mejor descansa de una vez.
Desde que Penélope se mudó con ella, primero empezó a entrar a su cuarto sin tocar la puerta, y ahora ni siquiera le dejaba cerrar la puerta para dormir.
Renata ya había hablado con Joaquín varias veces sobre esto, pero él no le daba importancia, incluso pensaba que su madre actuaba de lo más normal. Le pedía que tuviera paciencia y le aguantara todo a su mamá.
Renata se sentía cada vez más frustrada. Al principio creyó que Penélope la ayudaría, pero resultó peor, como si hubiera dejado entrar a un lobo en la casa.
—Señora, es que ya es muy tarde y Joaquín no ha regresado. Solo quería llamarle para saber dónde está —dijo con voz temblorosa.
Penélope soltó una risita desdeñosa.
—Si no ha vuelto, es porque está con Petra. Esa es su verdadera casa. Ubícate, no eres más que una invitada aquí. No vayas a meterte donde no te llaman ni busques problemas. Ya casi es la boda de ellos, mejor pórtate bien.
Renata apretó los labios, sus ojos relampaguearon de enojo y fue imposible ocultar la amargura que le brotaba.
—Pero, señora, ¿no que usted tampoco soporta a Petra? ¿Entonces por qué deja que Joaquín se case con ella? Además, ni ella ni Joaquín se han preocupado por usted estos días, ni la han buscado. ¿De verdad va a quedarse cruzada de brazos y dejar que Petra la trate como si fuera invisible? ¿Quiere pasar el resto de su vida dejándola pisotearla como su suegra?

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