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La Traición en Vísperas de la Boda romance Capítulo 96

Entre ella y Joaquín, ya no quedaba ni una pizca de afecto que pudiera salvarse.

—La verdad, nosotros ya no queríamos meternos en este tipo de cosas, pero el señor Simón ofreció demasiado —soltó uno de los hombres, encogiéndose de hombros.

—Además, dijo que ya tenía un pie adentro con el señor Benjamín. Que si le echábamos la mano esta vez y le iba bien, no se iba a olvidar de nosotros. Que todos íbamos a terminar viviendo como reyes —agregó otro, con una sonrisa torcida.

Benjamín soltó una risa burlona.

—¿Y cuánto les dio?

—Trescientos mil pesos.

Trescientos mil. Para gente como ellos, sin oficio ni beneficio, era una fortuna. Más aún si eso les permitía acostarse con una mujer y, encima, salir con los bolsillos llenos. ¿Por qué no iban a aceptar?

Después de todo, no era la primera vez que hacían algo así. Ya antes, si la cosa se complicaba, se iban de viaje unos meses y luego regresaban, como si nada.

Petra apretó el puño con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

Trescientos mil pesos. Ese era el monto que Simón le había pedido que llevara.

Él pretendía usar su propio dinero para pagarle a esos tipos, para que le hicieran daño. Solo pensar en eso le revolvía el estómago; el corazón de Simón era podrido y venenoso hasta el fondo.

Sin decir palabra, Petra fue hasta la puerta, tomó la bolsa con el dinero y la aventó frente a los hombres.

Benjamín la miró de reojo, y enseguida hizo una señal a los suyos para que soltaran al tipo que tenían sujeto.

El hombre, al verse libre, se acercó despacio y tomó la bolsa, todavía dudando, como si no creyera lo que estaba pasando.

—¿Esto es… para que les ayudemos en algo? —preguntó con voz temblorosa.

—Quiero que saquen a Simón, que lo citen, y que le hagan exactamente lo que él planeaba para mí —contestó Petra, mirándolo fijamente.

El tipo se puso incómodo, rascándose la cabeza.

—Nosotros… pues, la verdad, no nos gustan los hombres.

—Si no les gustan, ya habrá quien se encargue de que cambien de opinión —Petra le lanzó una mirada dura, sin pizca de compasión—. De lo contrario, tal vez ese dinero solo lo puedan gastar en el infierno.

Cualquiera que hubiera crecido en Santa Lucía de los Altos conocía el nombre de Fernando Silva, mejor conocido como Fernando Cicatriz. Hace años, él era el amo de la noche en esa ciudad, el rey no coronado de los bajos fondos.

Aunque su poder ya no era el de antes, todavía conservaba a un grupo de fieles dispuestos a hacer cualquier cosa por él.

La mirada de Fernando pasó por encima de todos hasta posarse en Petra.

Benjamín sintió el peligro en el aire. Sin mostrarlo, tomó a Petra del brazo y la jaló hacia él, como protegiéndola instintivamente.

Pero Petra, tranquila, le devolvió el gesto, apretando el brazo de Benjamín para decirle que no se preocupara. Luego, se adelantó y saludó a Fernando con respeto.

—Señor Fernando, estoy segura de que escuchó todo lo que dijeron estos tipos. Si vino hasta aquí, imagino que tampoco está dispuesto a dejar pasar a los que le hicieron daño a la señorita Silva.

Fernando se quitó la gorra y se la entregó a uno de los suyos.

—Le agradezco, señorita Petra.

Si no fuera por Petra, jamás se habrían enterado de que el infeliz que le arruinó la vida a su hija siempre estuvo tan cerca.

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