A mitad de la noche, Luciano entró sigilosamente a la habitación de Estela y la arropó. En el instante que salió de la habitación, Camilo dio un paso al frente para ponerlo al día.
—Señor Fariña, fui al restaurante para investigar el asunto; sin embargo, no descubrí nada dado que las cámaras de seguridad estaban rotas.
—¿Tanta casualidad? —Luciano frunció el ceño.
«¿En el instante en que se despertaron mis sospechas, se rompieron las cámaras de seguridad?».
—Puede que sea una mera coincidencia —respondió Camilo vacilante, se veía contrariado—. A fin de cuentas, no hemos recibido ninguna noticia de la señora Fariña, quiero decir, de la señorita Jerez, desde que se marchó hace años. No creo que aparezca de improviso en esta ciudad —dijo.
Notó que la expresión de su jefe se tornaba sombría y le dio un vuelco el corazón, por lo que bajó la cabeza y no se atrevió a decir nada más.
—Comprendo —respondió Luciano con incertidumbre, luego, se dio la vuelta y se dirigió a su habitación.
A la mañana siguiente, después de desayunar, Roxana llevó a sus dos hijos al prestigioso jardín de infantes que Magalí le había recomendado. Dado que era alguien bastante eficiente, la noche anterior, Roxana se había quedado despierta hasta tarde para preparar todo después de escoger el jardín; planeaba inscribirlos de inmediato.
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