La verdad de nuestra historia romance Capítulo 112

Después de enterarse de la verdad, se despidieron de Magalí y se fueron corriendo a la casa con tristeza. Ella no sabía que la podían convencer tan fácilmente y al ver lo decepcionados que estaban los pequeños, se apresuró a solicitar ausentarse del trabajo y fue a acompañarlos. Andrés y Bautista estaban muy tristes; todo ese tiempo habían tenido la impresión de que su padre tal vez no los odiaba, pero ya que supieron que había logrado que los expulsaran del jardín, se dieron cuenta de que en realidad los aborrecía.

A Bautista le brotaron lágrimas al pensarlo, entonces agarró fuerte la funda del sofá con nerviosismo y luego apretó su pequeña boca en una línea recta. Andrés también estaba muy decepcionado, pero estaba un poco más tranquilo en comparación con su hermano así que, cuando vio sus lágrimas, comenzó a consolarlo:

—No llores por ese hombre malo. Si no le agradamos, tampoco debería agradarnos a nosotros. Además, parece que mamá no quiere que lo sepamos, así que hagamos como si no lo supiéramos, ¿de acuerdo? No la preocupemos.

Bautista resolló y asintió en silencio.

Mientras tanto, Roxana acababa de terminar con el papeleo en el jardín de infantes cuando se encontró con Luciano, quien estaba llevando a su hija. Estela parecía no estar de buen humor y hacía muecas, apenas dejaba que su padre la llevara adentro. Cuando se vieron, a la niña se le iluminó el rostro como si estuviera emocionada por algo y Roxana se alegró por un segundo, pero volvió desanimarse cuando vio al hombre junto a la pequeña. Luego, ambos se acercaron rápidamente a ella. Estela tiró un tanto de la falda de la mujer mientras la observaba con los ojos llorosos, como si esperara que le dijera algo. La mujer guardó silencio antes de dar un ligero paso hacia atrás y se liberó del agarre de la niña.

—Andrés y Bautista ya no vendrán aquí, así que debes cuidarte, ¿de acuerdo? Puedes hacerte amiga de los otros niños. —Vio que la luz de los ojos de Estela se desvanecía poco a poco mientras hablaba, entonces Roxana apartó la mirada e hizo lo posible por sonar tranquila—: Tengo que ir a trabajar, adiós.

Después de eso, pasó delante de ellos y estaba a punto de volver a su auto cuando un hombre con una gran mano la tomó de la muñeca. La mujer se detuvo de forma brusca, se dio vuelta y lo miró un tanto desanimada.

—¿Necesita algo, señor Fariña?

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