Roxana la observó sentarse y se dio vuelta para cerrar la puerta.
—Señora Fariña, ¿puedo saber cuál es el motivo de su visita? —preguntó mirándola a los ojos luego de sentarse en el sofá.
Sonia no anduvo con rodeos.
—Vine a decirte que te mantengas alejada de Luciano y que no intentes ganarte a Ela. Ella no tiene nada que ver contigo. Fuiste tú la que escogió divorciarse y marcharse sin decírselo a nadie, así que ahora no tienes derecho a regresar.
Al escucharla, la mujer casi se ríe.
—No se preocupe, jamás pensé en regresar cuando decidí marcharme en aquel entonces —respondió de forma terminante.
—¿En serio? —dijo con desprecio—. Entonces, explícame por qué te encontraste con Luciano y por qué Ela está aquí contigo.
Sonia miró a la mujer con desdén. «Dijo que no regresaría, pero todo lo que hace es congraciarse con ellos. ¡Qué mentirosa!».
Roxana frunció el ceño mientras adoptaba una conducta más agresiva.
—Creo que malinterpretó algo; me encontré con su hijo por casualidad. Luciano había ido a reunirse con el gran señor Quevedo cuando yo lo estaba tratando. Además, Ela va al mismo jardín de infantes que mis hijos; son amigos, por lo que, a menudo, viene a jugar con ellos.
No le dijo que Estela se había aferrado a ella cuando estaba enferma. Por lo hostil que había sido Sonia con ella, Roxana tuvo la certeza de que asumiría que se engañaba a sí misma. No obstante, a pesar de que la mujer le aclaró todo e hizo lo mejor que pudo para marcar un límite entre ella, Luciano y su hija, Sonia aún se negaba a dejarla ir.
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