A la mañana siguiente, Roxana llevó a los niños al jardín de infantes sola porque Luciano no fue. Cuando Pilar la vio sola, se sorprendió.
—Señorita Jerez, ¿dónde está el señor Fariña?
Roxana estaba perpleja por el comentario, ya que no esperaba que la maestra notara que Luciano la había acompañado durante los últimos dos días y mucho menos que le preguntara por su ausencia. Como parecía que ellos dos eran cercanos, Roxana no supo qué responderle. No obstante, Estela sacó su cuaderno y escribió: «Vivo con la señorita Jerez». Luego, lo levantó sonriendo para mostrárselo. Cuando Pilar vio lo feliz que estaba la niña en comparación con la expresión apática que tuvo los días anteriores, no pudo evitar sonreír y acariciarle el cabello.
—Ahora comprendo.
Luego, miró a Roxana y se quedó atónita por lo mucho que le gustaba a Estela estar con ella y sus hijos. La mujer suspiró aliviada al ver que la niña contestó por ella.
—Gracias por cuidarlos —exclamó mientras le entregaba los tres niños a la maestra.
Un instante después, se despidió de ellos y se marchó.
Debido a lo ocupada que había estado cuidando a Estela y gestionando los asuntos del instituto de investigación, no logró visitar a Alfredo a pesar de que ya debía comenzar su próximo tratamiento. Con eso en mente, Roxana dio la vuelta en el auto y se dirigió a la residencia Quevedo tras confirmar con Jonatan que era un buen momento para visitarlo.
Mientras tanto, el joven ya la estaba esperando en su casa. En cuanto la mujer entró, la saludó y le dio una cordial bienvenida.
—Doctora Jerez, estaba a punto de llamarla porque no nos había contactado.
—Tuve que atender algunos asuntos en estos últimos días —dijo y sonrió para disculparse—. ¿Cómo está el gran señor Quevedo?
En realidad, Jonatan no quería culparla por no haberlos contactado, sino que intentaba conversar con ella.
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