Luciano y Camilo llevaron las cajas de juguetes hacia el auto de Roxana; luego se despidieron y se marcharon.
—Señor Fariña, ¿no va a pasar más tiempo con la señorita Estela? —preguntó Camilo tras subir al auto.
«La señorita Estela se ha quedado en casa de Roxana todo este tiempo y rara vez se relaciona con el señor Fariña. Me preocupa que se distancien por la falta de interacción».
Luciano negó con la cabeza, pero no dijo nada. «Andrés y Bautista no me han perdonado de verdad. Ya los seguí durante un día y por fin conseguí redimirme un poco a través de los regalos. Si continúo siguiéndolos, perdería la poca amabilidad que he recibido». Al pensar en la actitud de los niños hacia él, el hombre sintió dolor de cabeza.
De repente, le comenzó a sonar el teléfono. Luciano recobró la compostura y atendió la llamada con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre?
—Luciano, ¿estás libre en unos días? —Era Jonatan—. Pronto será el cumpleaños número setenta de mi abuelo. Al principio, no pensábamos en organizar un banquete; sin embargo, como ha estado mucho mejor en el último tiempo, planeamos hacer una gran celebración. ¡Tienes que venir!
—Claro, me haré algo de tiempo para ir —respondió Luciano con voz grave.
Alfredo siempre lo había tratado bien. Además, el joven se había esforzado en encontrar la manera de curar al anciano y, debido a eso, ya había planeado asistir a su cumpleaños número setenta.
Por su parte, Roxana regresó a casa con los tres niños. En cuanto llegaron, Andrés y Bautista deseaban intensamente abrir las cajas para sacar los juguetes y jugaron con ellos hasta la medianoche. Como no tenían escuela al día siguiente, Roxana no los detuvo, pero sí convenció a Estela para que durmiera.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La verdad de nuestra historia