Por fin, llegaron a la puerta de la casa de Roxana.
Casi entusiasmado, Camilo pisó los frenos antes de bajarse tambaleando para abrirle la puerta a la pareja sentada en la parte de atrás. Solo cuando los vio entrar a la mansión, respiró profundo con alivio. «Por algún motivo, el ambiente nunca es agradable cuando el señor Fariña pasa tiempo con la señorita Jerez».
—¡Mami! ¡Volviste!
En cuanto Roxana caminó hacia la puerta, los niños la saludaron con sonrisas encantadoras; era la primera vez que veían el atuendo de Roxana.
—Luces hermosa esta noche, mami —dijo Bautista con dulzura.
El humor de Roxana mejoró cuando vio a los tres niños y sonrió de forma radiante por el halago.
—Gracias, cariño.
Andrés estaba por halagarla también cuando vio a otra persona entrar por la puerta. Si bien dejó de sonreír cuando lo reconoció, aun así, lo saludó con cortesía, aunque de forma distante.
—Hola, señor Fariña.
El sonido de la voz de su hermano atrajo la atención de Bautista hacia la persona detrás de su madre y miró de forma expectante al hombre mientras lo saludaba de forma obediente. Luciano les asintió levemente a los niños. A pesar de decir que iba a ver a Estela, solo le echó un vistazo antes de volver a mirar a Roxana. A esas alturas, Andrés y Bautista olieron el alcohol y miraron a su madre con preocupación.
—¿Has estado bebiendo, mami? ¿Te duele la cabeza?
Roxana sonrió amigablemente.
—Para nada. Solo he bebido un poco.
A pesar de tranquilizarlos, los niños se mantuvieron preocupados, así que Andrés corrió a buscar el botiquín para sacar una píldora para la resaca mientras que Bautista le sirvió un vaso con agua y lo colocó en la mesa de centro. Estela enseguida se unió y ayudó a Roxana a sentarse en el sofá.
Con el cuidado meticuloso de los tres niños, Roxana se había olvidado de la negatividad que había presenciado más temprano.
Mientras miraba a su madre tragar la píldora para la resaca, Andrés vaciló por un momento antes de girarse para mirar al hombre que todavía estaba de pie en la puerta.
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