Roxana se tensó de inmediato. «¿La familia Pedrosa?». Por lo que ella sabía, solo había una familia Pedrosa en la industria de principios activos. Daba la casualidad de que esa era la familia con la que tenía algunos problemas. Al pensarlo, Roxana frunció el ceño y rogó que no tuviera tanta mala suerte para encontrarse con quien menos deseaba.
Enseguida, llegaron a su destino; una cafetería. Los proveedores de los principios activos aún no habían llegado, por lo que Conrado y Roxana se sentaron, pidieron dos tazas de café y esperaron a que las demás personas llegaran. Varios minutos después, alguien llamó a la puerta de la sala privada.
—Llegaron —le dijo Conrado tras enderezarse.
La mujer asintió levemente.
—Entren, por favor —dijo poniéndose de pie.
Alguien abrió la puerta y se escuchó una voz masculina.
—Lamentamos la tardanza.
En cuanto Roxana levantó la cabeza, miró a Abril a los ojos y pensó: «Hablando de Roma». A diferencia de ella, Abril abrió los ojos de par en par de la conmoción.
—¿Roxana? ¿Por qué está aquí? —exclamó, abrumada por la sorpresa.
«¿No desapareció hace bastante tiempo? ¿Qué hace aquí?».
Conrado y Carlos se quedaron desconcertados ante la respuesta de Abril.
—Señorita Pedrosa, ¿conoce a la doctora Jerez? —le preguntó Conrado con un tono curioso pero amigable.
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