Roxana sintió que tenía el corazón en la boca mientras salía corriendo del aeropuerto y siguió mirando hacia atrás para confirmar que él no iba tras ellos. Por fortuna, no lo vio por ningún lado, ni siquiera después de que salieron del aeropuerto; Roxana al fin pudo suspirar aliviada.
A los niños les pareció extraño que su madre siguiera volteándose para mirar detrás de ellos. Dado que se veía nerviosa, ellos sabían que no era el momento de hacer preguntas, por lo que, sin decir ni una palabra y de forma obediente, dejaron que ella los sacara.
—¡Roxana! ¡Andrés! ¡Bautista! —los llamó una mujer desde lejos.
Los tres levantaron la cabeza y vieron a una mujer vestida de traje, que les agitaba la mano con alegría mientras se acercaba a ellos. Roxana se relajó de a poco al verla.
—¡Magalí, tanto tiempo! —exclamó con una sonrisa.
Magalí Chaves era su mejor amiga cuando estaban en la universidad y era doctora en el hospital de su propia familia. Poco después, se detuvo ante ellos y abrazó a Roxana.
—Al fin regresaste a casa. Te extrañé tanto —dijo de forma amigable.
—Yo también te extrañé —respondió Roxana riendo por lo bajo.
Se habían mantenido en contacto por Internet durante esos años, pero pocas veces tuvieron la oportunidad de encontrarse en persona. Luego de darle un abrazo, Magalí se puso en cuclillas y abrazó a los niños.
—Mis bebés, ¿me extrañaron?
—Por supuesto que sí. Tía Magalí, incluso soñamos contigo. Sigues tan hermosa como siempre —respondieron ambos al unísono tras reírse de forma adorable.
—¡Son tan dulces! —La mujer sonrió contenta luego de escuchar los elogios.
Roxana seguía atenta, mirando hacia la entrada del aeropuerto.
—Vamos. Podemos hablar en casa —dijo con calma.
Magalí les dio a los niños un beso en la mejilla a cada uno y se puso de pie. Después de guardar el equipaje en el maletero, hizo que se subieran al auto y se marcharon.
Al mismo tiempo, Luciano apareció en la entrada del aeropuerto.
—Cancela mi agenda en el extranjero —le dijo a su asistente, Camilo Lamas.
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