—Recuerdo que volvieron del extranjero junto con Andrés y Bautista. A pesar de que se criaron en el extranjero, me sorprende lo bien que hablan chepanés.
Como la conversación no era más que una excusa, la maestra habló de asuntos triviales, ya que el rendimiento de ambos niños en clase era tan impresionante que no tenía nada de qué quejarse. Por lo tanto, Roxana asintió con una sonrisa.
—Eso es porque había muchos chepanenses alrededor para hablar con ellos.
Mientras tanto, los niños no decían ni una palabra y solo se limitaban a sonreír con obediencia y a asentir a lo que decía su madre. Cuando la maestra vio lo bien que se comportaban no pudo evitar sentir admiración.
—Además del chepanés y el ustrio, parece que también saben hablar ferronio, ¿no?
—Mmm, es probable que lo aprendieran de mis colegas del extranjero. —Roxana acarició el cabello de los niños.
—Debo admitir que son excepcionalmente inteligentes, no solo por dominar tres idiomas a tan temprana edad, sino también por el plan de estudios de la otra escuela. Junto con sus exquisitos rasgos, ¡de verdad tiene unos niños excepcionales! —exclamó la maestra sorprendida.
Roxana sonrió con orgullo ante los elogios.
—Nos halaga. Solo son niños comunes y corrientes que disfrutan de aprender.
Sin embargo, mientras hablaban, ella seguía pendiente de si alguien iba a buscar a Estela. Al mirar la hora, se dio cuenta de que ya había pasado mucho tiempo.
—Por cierto, ¿cuándo llegarán los padres de la niña? —preguntó con preocupación.
La maestra miró su reloj y respondió:
—Es probable que muy pronto.
Tras asentir como respuesta, Roxana bajó la mirada hacia Estela que seguía de pie junto a ella mientras le agarraba la manga como si temiera que esta se fuera. Tras sentirse resignada al hecho de que no podía marcharse, se volvió hacia los niños.
—¿Pueden ir al auto y esperarme allí?
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