Mientras tanto, en Grupo Pedrosa todos siguieron trabajando sin parar a causa del virus. Abril había estado dando vueltas en el Departamento Técnico, donde, de vez en cuando, soltaba algún insulto.
—Señorita Pedrosa —dijo Carlos, quien se encontraba cerca de ella.
En cuanto Abril oyó su voz, volvió en sí con rapidez y bajó la mirada.
—Padre, ¿qué haces aquí? —le dijo a la persona que acababa de ingresar.
Santiago Pedrosa tenía una mirada seria.
—¿Qué está pasando? ¿Aún no pudieron eliminar el virus?
El jefe del Departamento Técnico, a quién Abril había estado regañando durante toda la mañana, estaba empapado en sudor frío; asintió mientras se inclinaba para disculparse.
—Señor Pedrosa, de verdad hemos hecho todo lo posible, pero este virus es demasiado poderoso. Cada vez que estamos cerca de descifrarlo, aparece otro problema más difícil. Es como un sinfín...
—Entonces, ¿estás diciendo que no puedes resolverlo? —preguntó Santiago mientras fruncía el ceño.
El jefe asintió con culpabilidad.
—¡Idiotas! —gritó Santiago y luego se giró para mirar a su hija—. En ese caso, debemos llamar de inmediato a la compañía de Luciano para preguntar si tienen alguna solución.
Grupo Fariña tenía muchos empleados talentosos y su sistema de red era el mejor. Además, tenían al segundo mejor genio informático del mundo trabajando para ellos. Por lo tanto, si Grupo Fariña tampoco podía resolver el problema de Grupo Pedrosa, la compañía estaría acabada.
—¡De ninguna manera! —rechazó Abril al instante y miró la imagen en la pantalla con el ceño fruncido.
«Si conseguimos que alguien de Grupo Fariña resuelva esto, Luciano definitivamente se enterará y, si eso ocurriera, me haría sentir muy humillada».
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