Luciano, de pie en la puerta del comedor, lucía conflictuado cuando por fin vio a Estela sonreír. «Me llevó tanto tiempo convencerla, pero no es nada comparado con lo que dijeron estos tres. No solo dejó de llorar, sino que sonrió». Después de estar de pie por un momento y ver a los niños hacer que Estela sonriera de forma radiante, entró a la sala, ya que quería llevársela a casa. Solo habían ido para que ella lo confirmara con sus propios ojos y, como ya lo había conseguido, era hora de ir a casa, pero en cuanto se acercó a Estela, escuchó que le hizo ruido el estómago a la niña. Roxana frunció el ceño.
—¿No has cenado?
Estela frunció los labios y asintió. Al verla, Roxana se giró hacia Luciano con una mirada reprobatoria mientras que él la miró de forma impasible.
—He tratado de hablar con ella, pero estuvo llorando toda la tarde y se encerró en la habitación en cuanto volvió, sin comer ni beber nada. Fue solo cuando le prometí que la traería que al final se detuvo, así que no hemos podido cenar todavía.
Roxana le echó un vistazo a la camisa fina y apartó la mirada. A un costado, Andrés miró a Estela con preocupación.
—Recién empezamos a comer. ¿Quieres comer con nosotros?
A la pequeña le resplandeció la mirada y asintió con firmeza. Fue en ese momento en el que al final se acordó de pedirle permiso a su padre.
Luciano vaciló por un momento y miró a Roxana.
—Si no es mucha molestia, ¿podría prepararle algo?
—¿Quieres sentarte entre los niños? —sugirió Roxana.
Estela enseguida se alegró. Andrés y Bautista movieron la silla al instante, para hacerle espacio y que se sentara entre ellos. Luciano frunció el ceño cuando la vio sentarse en el medio. Desde su perspectiva, lucían como una familia, mientras que él parecía un extraño.
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