A Isidora le dolía el pecho del coraje.
Apuntó a Melisa, pero por un buen rato no logró articular palabra. Al final, solo pudo volverse hacia Jimena y decir:
—Mamá, ¿esta es la nieta que tanto te empeñaste en traer de vuelta? Mírala, apenas lleva una hora en la casa y ya volvió todo un desastre. Ahora hasta se atreve a querer golpear a su hermana. ¿De verdad vas a dejar que esta calamidad se quede en la familia Orozco?
Jimena miró a Melisa de reojo.
—Melisa no tiene ninguna hermana. ¿No eras tú quien decía que el que comete un error debe pagar por él? ¿O cómo está eso? Si Melisa se equivoca, la castigas. Pero si Florencia hace algo mal, ¿ya no hay que sancionarla?
—Eso no es lo mismo —gritó Isidora, perdiendo la compostura—. Florencia es mi orgullo, la he criado con esmero, siempre saca las mejores calificaciones y ya está por entrar a la Universidad Monarca Nova. ¿Cómo la vas a comparar con Melisa? Además, lo de la cadena ni siquiera fue su culpa, fue solo un incidente sin importancia. ¿Por qué castigarla por eso?
Jimena soltó una risita cargada de ironía.
—Quien hace algo mal, debe asumir las consecuencias. Y tú también tienes culpa como madre. Siempre encubres a Florencia, ¿no? Si ella no puede pagar, pues pagas tú por ella.
—Mamá, ¿cómo puedes ser así? —Isidora no lograba entender por qué la abuela nunca había querido a Florencia—. Florencia también es tu nieta, ¡es la que más te respeta! Si haces esto, solo le rompes el corazón.
Jimena no cambió de expresión.
—Si tú no sabes educar, la Prisión Real Fortia se encargará de enseñarle.
Florencia, aterrada, se aferró a la mano de Isidora.
—Mamá, yo no quiero ir a la cárcel.
Isidora, a punto de explotar, sintió que casi se iba con el mismísimo diablo.
Jamás en su vida había sentido tanta frustración como hoy.
Pero al ver la actitud implacable de la abuela, no tuvo más remedio que ceder.
—¡Está bien! Yo le pago a Melisa el dinero por Florencia.
A regañadientes, Isidora le transfirió a Melisa cinco millones de pesos.
—Este dinero es para la maestra Carolina. No te atrevas a gastarlo en otra cosa, ¿me oíste?
Melisa, apenas recibió la notificación, guardó el celular en el bolsillo, sin dignarse a mirarla siquiera.
La actitud de Melisa encendió aún más el enojo de Isidora.
Pero no tenía a quién reclamarle.
Jimena se frotó la sien con cansancio.
—Ya tuve suficiente por hoy. Melisa, ayúdame a subir a descansar.
Melisa asintió y acompañó a la abuela escaleras arriba.
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