Luna romance Capítulo 6

Milo se paró de un salto y salió de mi habitación, precipitándose escaleras abajo. Mora, en tanto, me detuvo cuando traté de incorporarme.

—Quieto ahí, Alfa. No precisas bajar para escuchar las novedades.

Ésa era mi hermana. Siempre mandoneándonos como cuando ella ya era Beta y nosotros aún éramos Omegas.

—El ejército de vasallos ha levantado campamento —dijo Milo desde la planta baja, y un momento después sus pasos trepaban la escalera.

Mora y yo nos volvimos hacia la puerta expectantes, a tiempo para verlo reaparecer en el vano.

—Tal parece que se están movilizando hacia el este —agregó, mostrándonos las dos delgadas tiras de papel.

Alcé apenas una mano para que guardaran silencio y cerré los ojos, respirando hondo. Ignoraba si sería capaz de comunicarme con Garnik. Pero si Enyd ya podía escucharlo, yo también debería poder.

—¿Garnik? —tenté.

—¡Tío! ¿Eres tú? —respondió de inmediato.

—Sí, muchacho.

—¡Oh, gracias a Dios! ¿Cómo estás?

Abrí los ojos para enfrentar a mis hermanos y asentir. Podían escuchar a mi sobrino si querían, pero nadie espiaría las conversaciones del Alfa sin autorización.

—Bien, bien. ¿Qué te trae de regreso? —inquirí.

—Las tierras al norte de Vargrheim son un verdadero pandemónium. El castillo fue incendiado hace tres días. Los rumores no tienen sentido. Hablan de una parva de demonios, muertos vivos y un gran ejército de parias que se acerca del oeste a dar cuenta de todos ellos. ¡Se han vuelto locos!

Milo alzó las cejas agitando las tiras de papel con el mensaje de Baltar.

—Gracias —respondí—. Ya nos contarás los detalles.

Terminé de decirlo y las fuerzas parecieron abandonarme sin previo aviso. Sentí el repentino peso de mis piernas, el temblor de mis dedos, el frío que volvía a correr bajo mi piel, el hueco de hambre en mi estómago. Me arrellané en el sillón escondiendo las manos bajo la manta, y la alcé hasta mi barbilla.

Mora trajo otra, con la que me arropó por encima de la que ya me cubría. Luego se agachó a frotarme los pies a través de las botitas de vellón, mientras Milo alimentaba el fuego.

—¿Quieres acostarte? —preguntó mi hermano.

—No, prefiero quedarme aquí —respondí en un murmullo.

—Descansa, hermanito —dijo Mora besándome el pelo—. Avísame si no puedes esperar hasta el almuerzo.

—No creo que pueda. Necesito algo más sustancioso que pastel.

—Dame un rato y te traeré carne con verduras.

Las meras palabras me hicieron agua la boca. Mora se marchó con la bandeja del té y Milo se irguió frente a mí, observándome.

A pesar del agotamiento que parecía entumecerme todo el cuerpo, la desaparición de Risa me impedía aprovechar el silencio y la calma para descansar.

—No puede haberse desvanecido sin dejar rastro —musité.

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