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Mi Hija Llama Mamá a Otra romance Capítulo 1

Candela Salinas pasó una semana internada en el hospital.

El día que salió, alcanzó a escuchar las conversaciones de las enfermeras en el área de trabajo.

Decían que se había sometido sola a un procedimiento de interrupción del embarazo, que llevaba días ingresada y ni un solo familiar había ido a visitarla. Les daba lástima.

Algunas incluso murmuraban que probablemente era la amante de alguien importante, que la esposa oficial la había descubierto y entonces no le quedó más remedio que ir al hospital a deshacerse del bebé, recibiendo dinero para callar.

...

Candela apretó los puños sin darse cuenta y bajó la mirada hacia su vientre.

El doctor había dicho que su recuperación iba bien, pero entonces, ¿por qué sentía todavía esa punzada desgarradora, como si la herida siguiera abierta por dentro?

Se puso los lentes oscuros para esconder las ojeras y dejó el hospital.

Al volver a Residencias Monarca, Candela subió directo a la habitación del segundo piso.

Todo estaba igual que cuando se fue; eso solo significaba que Fidel Arroyo no había regresado.

Ya no tenía fuerzas para preocuparse por dónde andaba Fidel ni con qué mujer se había quedado.

Estaba agotada.

Se tomó unas pastillas de melatonina y, por fin, pudo dormir en paz.

Pero en sueños volvió a revivir la pesadilla de hace una semana: la sangre manchando las sábanas y ese teléfono que jamás contestaba...

—¡Mi bebé!

Despertó sobresaltada, temblando, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Reconoció la habitación y se quedó mirando al techo, sin moverse.

El dolor, ese que parecía romperle el alma, arrancaba desde el vientre y se expandía por todo su ser.

Justo entonces, alguien tocó la puerta. Antes de que Candela pudiera decir algo, la puerta ya se había abierto.

—Señora, el señor llamó para avisar que hoy sí va a venir a cenar. Debería levantarse y comenzar a preparar la comida.

Candela parpadeó para despejarse las lágrimas y respondió con la voz ronca:

—No me siento bien. Que la cocina se encargue, ¿sí?

Se dio la vuelta en la cama, dándole la espalda a la empleada.

Pero la mujer no se rindió; al contrario, se acercó a la cama.

—¿Cómo va a ser eso? La señorita adora lo que usted cocina. El señor casi nunca viene a casa; por fin regresa y usted debería aprovechar para conquistar a padre e hija de una vez.

...

Cuando despertó, escuchó un ruido cerca de la cama.

Fidel estaba encima de ella. Sus besos, intensos y posesivos, no le daban respiro. En unos segundos, le quitó la bata de baño.

Siempre era igual: Fidel nunca preguntaba si Candela quería o no.

—No... no me toques...

Candela empujó su pecho, intentando apartarlo.

Fidel, creyendo que era un juego de seducción, la sujetó de las muñecas y las levantó sobre su cabeza. Se abalanzó sobre sus labios, insistente.

La posición en la que la tenía era humillante. Candela apartó la cara, evitando ese beso.

Por un instante, una sombra de molestia cruzó los ojos de Fidel. Al notar que Candela no estaba fingiendo, se le fue el interés.

Él no era el tipo de hombre que forzaba a una mujer.

Se apartó de la cama, tomó la bata que estaba a un lado y se la amarró en la cintura de manera descuidada. Luego, se sentó en un banco bajo junto a la ventana y encendió un cigarro.

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