Pero pronto, la expresión indiferente de Martín fue reemplazada por un destello de calidez.
¿Calidez?
¿Una palabra así podía aplicarse a Martín? Eloísa prefería creer que se trataba de una ilusión suya.
Sin embargo, su intuición femenina no la dejaba tranquila.
—¿Quién te llamó?
—Un colega.
Por un instante, en ese rostro siempre tan imperturbable de Martín, apareció algo parecido a la culpa.
—Hubo un problema con un caso del despacho.
—Perdóname, Eloísa. Tengo que regresar a trabajar, hoy en la noche no podré estar contigo.
—¡Pero...!
Había pasado días enteros preparándose para esta noche.
Sin embargo, todo lo que quería decirle se quedó atorado en su garganta cuando vio cómo Martín fruncía el entrecejo.
—Eloísa, sabes que no me gusta esto.
Eloísa guardó silencio. Sabía bien que el trabajo era la prioridad absoluta para Martín; detestaba que cualquier cosa interfiriera con su carrera.
Y si alguna vez Eloísa logró destacar entre todas las que perseguían a Martín, fue no solo por su empeño constante, sino porque siempre supo mantenerse en su lugar, sin cruzar los límites.
Pero, ¿por qué tenía que ser justo hoy?
—Eloísa, pórtate bien. Te prometo que luego encontraré tiempo para celebrar nuestro aniversario.
Un dolor agudo le atravesó el pecho. De pronto recordó que, en estos tres años, Martín siempre decía lo mismo.
Cada vez que él se perdía un día importante, la historia terminaba con esa frase. Al final, nunca cumplía con nada.
Esa voz tan familiar... Después de tres años, Eloísa sería capaz de reconocerla aunque estuviera en medio de una tormenta: ¡era la voz de Martín!
Por un instante pensó que, tal vez, él había descubierto lo de su muñeca y había regresado al hospital por ella. Una chispa de esperanza se encendió en su pecho. Sin embargo, al girarse, sintió como si la hubieran dejado caer en un pozo de hielo.
Ahí, bajo la nevada en la entrada del hospital, estaba Martín. Pero no venía solo; protegía a otra mujer entre sus brazos.
Para que ella no sintiera frío, Martín se quitó su propio saco y se lo puso con cuidado sobre los hombros. En la mirada de él había una ternura y una preocupación que Eloísa jamás había recibido en tres años a su lado.
—¿Otra vez al hospital? Sabes que no me gusta tomar medicinas.
—Tranquila, esta vez no vamos a tomar nada.
—Cuando termines el chequeo con el doctor, te llevo a esa fonda que tanto te gusta.
La voz de la mujer, mimosa y confiada, hacía que Eloísa sintiera las espinas clavándosele en la espalda.
Y mientras los veía alejarse, notó que caminaban en dirección al área de ginecología y obstetricia del hospital.

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