El mayordomo dudó un momento. Era de la abuela y no se atrevía a ocultar nada, así que respondió con un temblor en la voz:
—Señora, la señorita Sabina dijo que, como la señorita Carmela acaba de regresar y trae consigo ese aire de pobreza, que se quede un tiempo en el ático y después ya podrá mudarse a una habitación normal.-
—¿Qué? —Carmela se quedó atónita, mirando a la abuela con los ojos llenos de tristeza—. Abuela, yo soy la hija biológica de la familia Medina, ¿y resulta que la hija adoptiva de los Medina quiere mandarme al ático? ¿Que le molesta mi supuesta “pobreza”? Abuela, parece que aquí no soy bienvenida. Mejor me voy.
Sabina era buena en eso, pero ella también podía hacerlo.
Al oír las palabras de Carmela, la expresión de Sabina cambió varias veces, casi se desmayó del coraje. Cuando fueron a buscarla para traerla de vuelta, Carmela parecía callada y dócil. ¿Y ahora, de la nada, salía con ese carácter tan agudo?
Margarita no pudo ocultar su incomodidad, y Paulo tenía el gesto todavía más sombrío.
Carmela recorrió a todos con la mirada, y al ver sus caras cambiando, por dentro se sintió satisfecha. En su vida pasada, por mantener la paz familiar, agachó la cabeza y aceptó vivir en el ático; eso solo logró que la pisotearan más.
Sabina quiso justificarse, pero la abuela ya estaba furiosa:
—Sabina, ¿de verdad te crees la gran señorita de los Medina? Si no fuera por esa madre tuya, la que sí tendría ese “aire de pobreza” serías tú. ¡Mírate! Igualita a tu madre: cara larga y expresión de víbora... ¿Qué clase de corazón puede tener una muchacha así?
La abuela, aún sin calmarse, volteó hacia Paulo y Margarita:
—De verdad que ustedes dos están locos. Consienten a la hija de la sirvienta y mandan a su propia hija a vivir al ático. Paulo Medina, eres el jefe de la familia, ¿cómo permites esto con tu propia hija?
—¿No ven la malicia de esa sirvienta? ¿Y la hija que trajo al mundo? Si la siguen dejando aquí, solo traerán desgracias.
Paulo miró a Carmela con vergüenza, incapaz de sostenerle la mirada.
—Mamá, yo no sabía nada de esto.
Margarita se volvió hacia Carmela:
—Carmi, no le guardes rencor a Sabi. Desde pequeña la hemos consentido, y le cuesta aceptar que regresaras. No le des importancia. Escoge el cuarto que tú quieras.

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