De no ser por las manchas de sangre en la cama, Carmela habría pensado que no había salvado a una persona, sino a un animal herido.
Carmela bajó la mirada y se dio cuenta de que su botiquín estaba completamente vacío, solo quedaba una caja sin nada dentro.
Aún con un poco de sueño, Carmela despertó de golpe. Estaba furiosa. ¿Cómo era posible? ¡Había salvado a un ladrón!
Pero bueno, salvar una vida vale más que cualquier cosa en este mundo.
No, ese era un dicho muy trillado. Ahora se dice: salvar una vida te da cien años más de vida.
¿Y qué podía hacer? Le tocó cruzarse con esa persona, ni modo.
Conteniendo la rabia, Carmela tomó lo que necesitaba y regresó a la familia Medina.
No se dio cuenta de que, debajo de la almohada, alguien había dejado una nota.
...
Apenas cruzó la puerta, Carmela fue recibida por los regaños de Margarita.
—Carmela, eres una muchacha y no llegas a dormir a casa, ¿dónde estabas metida anoche? —le soltó con el ceño fruncido.
Carmela la miró con indiferencia. Los tres hijos de la familia Medina no estaban en casa; solo Paulo, Margarita y Sabina se encontraban ahí esa mañana.
Hoy, Carmela llevaba puesto un conjunto deportivo negro. Sus ojos, llenos de vida y profundidad, resaltaban aún más por el pequeño lunar en la comisura, dándole un aire de distinción y belleza que era imposible ignorar.
Sabina, al verla, no pudo evitar que la envidia la carcomiera por dentro. Carmela se veía cada vez más radiante. Sin embargo, con una voz falsa y amable, intentó aconsejarla:
—Carmi, todavía estás muy joven y salir de noche es peligroso. Mejor regresa temprano la próxima vez, no hagas que mamá se preocupe por ti.
Pero en su mirada solo había desprecio y desdén hacia Carmela.
Carmela no le contestó, sino que dirigió la mirada a Margarita, que tenía el rostro visiblemente molesto. A la hora de enfrentar a Margarita, Carmela optó por un tono distante:
—Mamá, anoche fui a mi antiguo departamento. Ya le mandé mensaje a papá. No tengo tu contacto, por eso no te avisé. Perdón, mamá, la próxima vez regresaré a casa a tiempo.
Por ahora, Carmela ocultó su verdadero carácter, aparentando ser obediente. Todavía no era el momento de romper definitivamente con ellos.
Jamás podría olvidar las palabras que Margarita pronunció cuando Sabina volvió a casa: “A mí no me importa lo que pase con Carmela, yo solo quiero que Sabi esté bien y sana”.
Al final, Sabina la traicionó por las acciones que tenía en sus manos, y Carmela murió de la peor manera. En esta vida, pensaba ver cómo la hija favorita de Margarita la arrastraba directo al infierno.
Pues ahora iba a derrotar a Sabina siendo más brillante aún.
Pero Sabina y Margarita alcanzaron a oír la conversación. Margarita se quedó boquiabierta, mirando a Carmela como si estuviera bromeando.
El semblante de Sabina se transformó por completo. ¿Cómo era posible que Carmela fuera tan sobresaliente?
—Carmi, ni en broma digas esas cosas, ¿cómo crees? Vas a hacer que la familia Medina pase vergüenzas —replicó Sabina, incapaz de ocultar la inquietud en su voz.
Margarita la secundó:
—Carmela, tú vienes de un pueblito. No digas esas cosas tan exageradas. Ven a desayunar, siéntate, no vayas a quedarte con el estómago vacío.
Carmela miró a su papá, fingiendo estar herida:
—Papá, ¿por qué mamá siempre dice que vengo del campo? ¿Acaso en el corazón de mamá yo no soy su hija y solo Sabi lo es?
—¿Qué culpa tienen los que venimos del campo, por qué mamá no puede dejar de decirlo?
Sabina, que estaba a punto de sentarse, se quedó congelada un segundo. ¿Cómo era posible que Carmela fuera incluso mejor para hacerse la víctima que ella misma?

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