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Por amor al presidente romance Capítulo 3

El Despacho Oval era un campo de batalla en silencio.

Vance observaba la puerta por donde Anastasia había desaparecido, y la marca roja en la mejilla de Rebecca era el único testimonio físico del huracán que acababa de pasar. Rebecca, aún temblorosa, se tocó el labio partido, sus ojos fijos en el Presidente, buscando una reacción, una directriz, o quizás, un consuelo que no llegó. Pensó que una vez descubierta su relación, dejarían de ser amantes. Ella soñaba con gobernar a su lado los años que le quedaran de presidencia. Soñaba con ser su Primera Dama.

—¿Qué vas a hacer, Nathaniel? —preguntó cuando alcanzó una toalla del baño para limpiarse la sangre que no dejaba de salir—. Viste sus ojos. Esa mujer... ella está loca. Nos va a destruir.

Vance no respondió de inmediato.

Caminó lentamente alrededor del escritorio Resolute, la madera pulida reflejando el tenue brillo de las lámparas. Su expresión era ilegible, una máscara que había perfeccionado a lo largo de décadas en el circo político. Por un momento, Rebecca pensó que no le importaba, que su "desliz" realmente era tan insignificante como había dicho, pero entonces, sus ojos se posaron en la mancha en el escritorio, un pequeño recordatorio de su transgresión, y un tic nervioso apareció en su mandíbula.

—No está loca, Rebecca. Está herida, y una mujer herida, especialmente una Slova, es la criatura más peligrosa del planeta. —Miró a Rebecca, un escalofrío recorriendo la espalda de ella—. Su padre no le enseñó a ser histérica, le enseñó a ser un depredador. La subestimamos. Ambos lo hicimos.

Ella recuperó algo de su aplomo, pero con un matiz de miedo.

—¿Subestimarla? ¿Por una bofetada? —preguntó con un atisbo de miedo divulgado en sus ojos. Intentaba controlarlo, pero el miedo gobernaba—. Es una Primera Dama, puede hacer nada. Sus manos están atadas por el protocolo, por la diplomacia.

Vance soltó una risa amarga y corta.

—¿Manos atadas? ¿Crees que el padre de Anastasia respeta el protocolo? ¿Crees que ella, la hija de un hombre que compró y vendió la Duma con la misma facilidad, se preocupa por la diplomacia cuando su honor ha sido manchado? Te prometió el infierno, Rebecca, y créeme, una Slova cumple sus promesas. —Se frotó la barbilla, sus ojos se entrecerraron en profunda concentración. Necesitaba pensar—. Tenemos que adelantarnos, trazar la narrativa. Silenciar el escándalo antes de que sea un susurro, y sobre todo, tenemos que saber qué sabe.

—¿Qué sabe? ¿Sobre nosotros? ¿Qué más podría saber?

—Todo, o nada, pero si piensa que sabe algo que pueda usarse contra mí... contra nosotros... entonces es una amenaza —dijo antes de darle la espalda y mover sus dedos buscando concentración—. Contacta a Seguridad, que refuercen la vigilancia en su ala discretamente, y quiero una reunión de gabinete de emergencia, en secreto. Necesito a los mejores cerebros pensando en cómo controlar el daño si esto se filtra. Ahora.

Mientras Vance dictaba órdenes con la eficiencia despiadada de un comandante en jefe, Anastasia, en la privacidad de su suite, no pensaba en defensas, sino en ataques.

Su teléfono satelital, ahora de nuevo en el cajón oculto, guardaba el eco de la promesa de su padre.

—Dime qué necesitas. Dime cómo puedo ayudarte a incendiar su pequeña Casa Blanca —resonó de nuevo en su cabeza.

El test de embarazo, envuelto en un pañuelo de seda, era su primer y más devastador cartucho. No era un arma para el público todavía; era un mensaje. Un mensaje para Vance. Un recordatorio tangible de su traición, pero ahora con una implicación mucho más peligrosa. Anastasia guardó sus mejores armas para él.

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