Elisa, en cambio, se rio.
—Me temo que voy a decepcionar al señor Rangel. Por ahora, esa boda tendrá que esperar.
Los ojos de Bastián brillaron con una intensidad oscura, volviéndose aún más profundos.
Elisa se sirvió otra copa, la levantó hacia él y, sonriendo, dijo:
—El brindis no es lo más importante. Lo que de verdad espero es que el señor Rangel me dé una oportunidad.
Esta vez, Bastián alzó su vaso, tocó el de ella suavemente y se lo bebió de un solo trago.
El movimiento de su garganta al tragar fue la señal: Donaldo había conseguido el trabajo.
Elisa, sin perder tiempo, imitó el gesto y vació su copa.
El licor ardiente le recorrió la garganta, esparciéndose por todo el cuerpo. El dolor que le pesaba en el pecho se disipó, aunque fuera un poco.
La copa que representaba el amor entre ella y Simón, al final la compartió con un desconocido que nada tenía que ver con su vida.
Elisa volvió a servirse otra copa generosa.
—Ésta es para agradecerle la oportunidad, señor Rangel.
Donaldo también se apresuró a levantar su copa y brindar.
—Mañana, mandaré a alguien para que te ayude a incorporarte al trabajo.
Dijo Bastián, dirigiéndose a Donaldo.
Después, se puso de pie.
Quedó justo frente a Elisa, su figura imponente la cubría casi por completo, como si pudiera quitarle el aire a la pequeña sala.
Con su uno sesenta y ocho, Elisa casi nunca se sentía baja entre otras mujeres, pero junto a él se sentía diminuta.
Bastián echó una última mirada a la mesa, luego se giró y salió con pasos largos y decididos.
Cuando desapareció, Donaldo y Elisa soltaron el aire al mismo tiempo.
Ambos sintieron un mareo repentino y tuvieron que apoyarse en la mesa para no caer.
Donaldo se acercó para ayudarla.
—Tú nunca tomas, ¿cómo que hoy te empinaste tantas? De seguro te sientes fatal. Déjame llevarte a casa.
—No hace falta. Vine a verte porque tengo algo importante que decirte.
—¿Qué cosa?
Tenía un objetivo claro: quería pasar la noche con un hombre.
Antes de morir, sus padres le habían dejado claro que sólo podrían confiarle la empresa cuando sentaran cabeza y madurara, cuando tuviera una familia propia.
Así, si algún día surgía un problema en la empresa, la pareja podría enfrentarlo juntos.
Por eso, los demás socios aceptaron transferirle la empresa, no sólo porque ella los convenció, sino también porque estaba a punto de comprometerse con Simón.
Los tíos y demás allegados coincidían: Simón tenía la capacidad para manejar la empresa, así que tampoco contradecía el deseo de sus padres.
Mientras pensaba en todo esto, Elisa llegó a la esquina del pasillo. Sentía los pies ligeros, como si caminara sobre nubes; el cuerpo le pesaba, blando y flojo. De pronto, pisó en falso y estuvo a punto de caer de bruces.
Justo cuando pensaba que iba a hacer el ridículo, una mano fuerte la sujetó por la cintura.
Sin aviso, quedó atrapada entre los brazos de un hombre.
En ese instante, percibió una mezcla de aroma a madera y tabaco, tan limpia que le embriagó los sentidos. Tal vez por el alcohol, la calidez de la palma sobre su cintura, a través de la ropa, la hizo temblar.
El contacto de sus cuerpos provocó que la piel le ardiera.
Se humedeció los labios, alzó la cabeza con lentitud. El mareo era tan fuerte que no lograba distinguir el rostro del hombre. Su voz salió desdibujada.
—¿Cómo es que… tienes dos cabezas?

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