Esas palabras hicieron que Adriana se detuviera en seco y volteara a ver a Pío.
—Noelia mató a toda esa gente. No tiene a dónde ir.
No es que le estuviera mintiendo del todo. En cuanto el crucero llegara a la costa, llamaría a la policía.
Pero Pío no le creyó.
—A menos que vayas y mates a esa mujer ahora mismo, no te voy a decir dónde están.
Adriana no se dejó manipular y respondió con frialdad:
—Como quieras. Si quieres hablar, bien; si no, también. El hecho de que pueda verte demuestra que no soy como los demás. Si de verdad quieres descansar en paz, yo soy la única que puede ayudarte.
Pero Pío era terco como una mula.
—Aunque no pueda descansar en paz, me voy a asegurar de que ella tenga un final horrible. Mátala ahora mismo o no te diré dónde escondió a tus amigos.
Adriana se quedó pensando un momento.
—Si solo los escondió, significa que no piensa hacerles daño. No tengo por qué preocuparme. A lo mejor los suelta en cuanto lleguemos a la costa, ¿no crees?
Pío se burló de su ingenuidad.
—Qué tonta. Si te vas a aferrar a esa idea, entonces prepárate para ir a recoger sus cuerpos.
—Con razón te mataron —soltó Adriana antes de irse de ahí, furiosa.
Ya no sabía a dónde ir. Sentía que si se quedaba cerca de Noelia, su vida corría peligro a cada segundo.
Encontró un camarote vacío y se escondió dentro de un armario.
Quizá fueron los nervios, pero en medio de la tensión, se quedó dormida y empezó a soñar.
Soñó con su vida pasada…
Todo pasó ante sus ojos como si fuera una película, tan real que dolía.
En aquel accidente de carro, Sabrina había muerto, y Nacho, incapaz de soportarlo, decidió quitarse la vida para estar con ella.
Mientras se encargaba de los arreglos funerarios, vio a Noelia. Se veía exactamente igual que ahora, con esa sonrisa inofensiva que nunca abandonaba su rostro, pero con una mirada que siempre parecía esconder algo más.
No supo cuánto tiempo pasó, hasta que las voces de Sabrina y Nacho la despertaron.

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