—¡Pum!
Valentín salió volando y fue a dar al suelo. Le brotó sangre de la comisura de los labios y por varios segundos ni siquiera pudo reaccionar.
Mientras tanto, Karina sintió cómo alguien la sujetó de la cintura, apretándola con fuerza, y antes de darse cuenta ya estaba en los brazos de alguien cuyo abrazo le resultaba terriblemente familiar y seguro.
La puerta del carro se cerró de golpe y, en un instante, se alejaron a toda velocidad.
Dentro del carro, Karina se abrazaba la rodilla, de la cual le escurría sangre. El dolor le hacía brillar los ojos de lágrimas, pero a pesar de eso, miraba al conductor con una mezcla de sorpresa y alivio. Era imposible no reconocer ese perfil serio y marcado.
—Lázaro, ¿cómo supiste que estaba aquí?
Aspiró profundo, tratando de calmarse.
—Igual, gracias… Si no hubieras llegado, no sé cómo habría salido de esa.
Pero Lázaro ni siquiera la volteó a ver. Sus nudillos se pusieron blancos de tanto apretar el volante, con la mirada clavada en la carretera. Cuando habló, su voz casi le heló la sangre.
—¿Qué te iba a hacer ese tipo?
Karina, por puro reflejo, apretó los labios con fuerza.
Bajó la mirada, la voz apenas un susurro.
—Le entregué a la policía las pruebas que me dio Sebastián… Parece que los agentes llamaron a Valentín a declarar, y él… él solo quería explicarme que lo de Natalia no tenía que ver con él.
—Te pregunté —repitió Lázaro, esta vez con un tono todavía más duro—, ¿qué te iba a hacer ese tipo para que prefirieras lanzarte del carro?
El corazón de Karina dio un brinco. Por dentro, ni siquiera se atrevía a contarle la verdad.
Se aferró a sus propios dedos, buscando un escape.
—Solo… trató de tomarme la mano.
Levantó el rostro y, con toda la seriedad que pudo reunir, le aseguró:
—Mira, ya te lo dije: jamás haría nada que pudiera traicionar lo nuestro. Puedes confiar en mí.
Lázaro no contestó. Pero el aire en el carro se volvió tan pesado que parecía imposible respirar.
...
Al cabo de un rato, se detuvieron frente a una farmacia.


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