Mientras caminaban por el pasillo rumbo a la sala, Karina bajó la voz y, girando apenas la cabeza, le preguntó a Lázaro:
—¿Qué fue lo que te dijo ahorita?
Lázaro mantuvo la mirada al frente. Su voz sonaba tranquila, sin emoción.
—Quiso presentarme a una señora rica, según él más adinerada que tú.
Karina se quedó sin palabras. Sintió que algo se le atoraba en el pecho y tuvo que respirar hondo antes de responder.
—Cuando entremos a la casa, ignora a todos menos a mi mamá. No le hagas caso a nadie, no importa lo que digan. Luego te explico bien.
Mientras decía esto, ya habían llegado a la puerta de la sala.
El lugar, enorme y elegante, estaba lleno de gente. Apenas Karina cruzó el umbral, su semblante se endureció.
Yolanda, al verla, se levantó de inmediato y fue rápido hacia ella. La tomó de la mano con fuerza y le habló en voz baja, cargada de ansiedad.
—¿No te mandé un mensaje para que no vinieras? Yo podía arreglármelas con esta gente…
Al notar al hombre junto a su hija, la preocupación se dibujó en su rostro.
—¿Y cómo que trajiste a Lázaro también?
Karina sabía que su madre no lo decía por desprecio, sino por miedo. Temía que los comentarios venenosos de los parientes dañaran la imagen que Lázaro tenía de ellas. No quería que él pensara que su familia era un desastre.
Por eso, Karina apretó la mano de Lázaro y le habló a su madre con firmeza:
—Mamá, ya estamos casados. Es momento de presentarlo ante todos y que sepa en qué tipo de familia crecí.
Miró las ojeras y la expresión cansada de su madre y le dolió el corazón.
—Además, no voy a dejarte sola para que aguantes todo el veneno de esta gente.
—¡Vaya, vaya! —aventó Hernán Leyva, el tío mayor, cruzando la pierna y mirando a los tres con descaro—. ¿Por fin te dignaste a regresar? Me contaron que, para llevarle la contraria a tu papá, hasta te fuiste de la casa.

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