Los ojos del hombre se llenaron de tristeza.
—Fuimos compañeros en la universidad, Yago.
Hizo una pausa, como si las palabras le pesaran.
—Solo que en mi tercer año me fui al extranjero.
¿Compañeros de universidad?
Karina observó detenidamente al hombre frente a ella, y una idea cruzó por su mente como un rayo. ¿Acaso él y mamá tuvieron alguna historia… inconfesable en el pasado?
Yago giró de nuevo, fijando la mirada en la silueta dentro de la UCI.
—Ya contacté a varios de los mejores cirujanos. Ahora mismo están reunidos decidiendo el mejor tratamiento. Tranquila, tu mamá saldrá adelante.
Karina le agradeció, sintiendo el peso de la preocupación aligerarse un poco.
Durante los días siguientes, ese tal Yago aparecía todos los días frente a la UCI, esperando durante horas. De hecho, era más dedicado que la misma Karina.
La intervención de los especialistas tuvo resultados notables: cada día, los indicadores de Yolanda mejoraban.
La tensión que había mantenido a Karina al borde se fue aflojando.
A diario, corría entre la empresa y el hospital, de un lado al otro, sin respiro.
En los momentos que le quedaban, se obligaba a comer mejor, ejercitarse un poco, dormir más. Poco a poco, se notaba que recuperaba energía y ánimo.
Un día, decidió regresar a la mansión Leyva para llevarle ropa limpia a su madre.
A Lázaro no le daba buena espina, así que la acompañó.
Pero apenas abrieron la puerta de la habitación de su mamá, el semblante de Karina cambió de inmediato.
Su madre era casi maniática de la limpieza, siempre cuidaba que todo estuviera impecable. Sin embargo, el tocador frente a ella estaba hecho un desastre. Varios frascos de cremas costosas yacían abiertos y claramente usados.
Entró al vestidor y vio que las joyas también habían sido desordenadas como si las hubieran revisado sin cuidado.
Pero lo que de verdad le prendió la chispa fue el armario. No encontró los vestidos de su mamá, esos que siempre transmitían calma y elegancia. Ahora, todo el ropero estaba repleto de vestidos con aberturas exageradas y un aire de ostentación.
En ese instante, le vino a la mente la imagen de Sabrina, la madre de Fátima. A esa señora le encantaban precisamente ese tipo de vestidos elegantes, con aberturas que casi llegaban a la cadera.
Sin pensarlo, Karina tomó todos esos vestidos y los arrojó con furia al suelo.



Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Renacer en el Incendio: Me Casé con Mi Salvador