Ese estilo… se parecía muchísimo al de Herman, el famoso diseñador internacional de joyas.
Pero ese maestro era conocido por su carácter excéntrico: jamás aceptaba encargos personales, cada una de sus piezas solo podía conseguirse en subasta, y los precios siempre eran exorbitantes.
Una vez, en una de esas subastas, Karina se había enamorado de una pulsera muy parecida. Pero el precio se fue a las nubes: una simple pulsera terminó vendiéndose en cinco millones de pesos.
No le quedó más remedio que dejarla ir.
Ahora, intrigada, tomó la pulsera entre sus manos, la examinó por todos lados, dándole vueltas para ver si encontraba algún logotipo.
Nada. Normal, pensó. ¿Cómo iba un bombero a tener acceso a algo tan lujoso?
Karina alzó la vista y lo miró, una pequeña y resignada sonrisa asomándose en sus labios.
—Está muy bien hecha esta imitación, ¿eh? Hasta parece de verdad.
Él frunció apenas el entrecejo, tan leve que casi pasó desapercibido.
—¿Imitación?
Karina le sonrió mostrando sus hoyuelos, sus ojos brillando con picardía.
—Sí, pero la neta, está preciosa.
Se puso la pulsera en la muñeca, levantó la mano y se la mostró, moviéndola para que la viera bien.
Había que admitirlo: esa “imitación” le quedaba tan bien, que su piel lucía todavía más luminosa y suave.
Levantó la mirada de nuevo, sincera, y repitió:
—Gracias, este regalo de cumpleaños me encantó.
Lázaro no dijo nada más. Se le quedó viendo un instante, con una mirada profunda, y luego se levantó para irse a la cama de acompañante al otro lado del cuarto.
No sacó el celular para ponerse a jugar, ni siquiera lo revisó mucho.
Nada que ver con Valentín, que siempre se la pasaba metido en los juegos cuando le tocaba acompañarla.
Karina, de tan animada, se dio la vuelta en la cama y enseguida cayó dormida.
...
Cuando despertó al día siguiente, apenas amanecía.
Sobre el buró ya había un tazón de avena caliente con calabaza y mijo, humeando.
En la zona de descanso, no muy lejos, Lázaro estaba frente a su laptop, sus dedos largos tecleando con calma.
La luz del amanecer resaltaba el perfil fuerte y definido de su cara, dándole un aire de concentración y distancia.
Apenas Karina se incorporó, él cerró la laptop de inmediato.
—¿Ya despertaste?
—Primero ve a lavarte la cara y los dientes, y luego desayuna.
...
A mediodía, Yolanda llegó con su inseparable termo, justo a la hora de la comida.
Apenas abrió la puerta, vio a Lázaro sacando a Karina del baño en brazos.
Los músculos de él marcados al cargarla con seguridad, y el cuerpo de Karina reposando de forma natural sobre su hombro.
Karina, al ver a su madre, se puso como tomate y, apurada, retiró el brazo mientras explicaba:
—¡Mamá, no pienses mal! Es que me duele el tobillo y no puedo caminar, por eso me cargó.
Yolanda no pudo evitar reírse. Dejó el termo en la mesa y dijo con tono travieso:
—No te preocupes, no vi nada, sigan con lo suyo.
Y en serio, se dio la vuelta y salió, cerrando la puerta con todo y cuidado.
Karina no supo qué decir...
Con resignación, dejó que Lázaro la acomodara de nuevo en la cama.
La comida que trajo Yolanda era justo para dos personas.
Apenas empezaban a comer, cuando alguien tocó la puerta del cuarto.

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