Rancho Moon Red, rezaba el cartel de madera sobre la entrada, y con las pocas fuerzas que me quedaban luego de conducir casi por 24 horas, pise el acelerador, aun desde la entrada, hasta la enorme construcción que era la gran cabaña, casi mansión, había varios kilómetros, y de a momentos mi cansancio menguaba, los recuerdos de mi infancia llegaban, los únicos años en los que fui feliz, algo patético si se tenía en cuenta que solo tenía 8 años cuando nos marchamos, aun así, este fue el único lugar que además de felicidad, me brindo protección, corriendo entre la hierba, o ayudando a los novatos en las caballerizas, no importaba cuantos hombres deambularan por el lugar, yo me sentía segura, era como estar en mi hogar, aunque no lo fuera.
El sol estaba alto, cuando al fin detuve el vehículo, debía ser medio día y por un segundo me pregunte si Magnus seguía almorzando a horario, ¿me recordaría? Ni siquiera sabía lo que hacía o a donde me dirigía cuando tomé mi maleta, 24 años reducidos a una maleta, aunque no podía negar que di mi mayor esfuerzo.
Unos golpes en mi ventanilla me sobresaltan, recordándome que, si no salgo del automóvil, no sabre si podre quedarme aquí, si este viaje valió la pena.
— ¿Necesita algo señorita? — el vaquero no luce como un novato y me pregunto ¿cuánto pudo cambiar el rancho en estos años?
— Hola, mi nombre es Natalie Queen y necesito hablar con el señor Magnus. — el hombre apenas y se aleja, por lo que el salir del vehículo se me dificulta un poco.
— Si alguien del rancho le hizo eso, no es con el señor Magnus con quien debe quejarse, Malakai es la ley en el rancho, ahora está en el picadero, amansando unos caballos, pero puedo ir por él. — ante la observación del hombre trato de cubrir un poco mi rostro con mi cabello y reacomodo los lentes de sol.
— No, esto no tiene nada que ver con mi pedido, solo necesito hablar con el señor Magnus Moon. — un suspiro exasperante se filtra de mis labios, no se me da bien tratar con personas entrometidas y por lo que recuerdo, los vaqueros no se encargaban de recibir a los visitantes, por lo que intento pasar de él y llegar al menos a tocar la puerta, Nilda debe de trabajar en la casona aun, no era muy mayor cuando vivía aquí. — Con permiso.
— De eso nada señorita. — en un rápido movimiento, el hombre me sostiene del brazo, no es un agarre fuerte, pero si me recuerda el daño de mi cuerpo y un quejido sale de mis labios, además de detenerme. — Lo siento, pero nadie debe molestar al señor cuando almuerza, quizás deba regresar después. — su pedido es lógico, a Magnus nunca le gusto que lo molestaran cuando almorzaba, pero, aun así, estoy tan cansada y no solo por el viaje, mi mente necesita desconectarse, sin contar con que estoy utilizando el ultimo poco de valentía que en mi puede quedar, en una situación normal, jamás hubiera venido aquí, luego de tanto tiempo y de la nada, pero estoy tan cansada de ser fuerte, quiero desmoronarme, solo un poco.
— Creo que las normas no cambiaron en estos años. — digo casi en un gruñido y el hombre afina su mirada, como si tratara de recordar mi rostro, pero sé que no lo conozco. — Veamos si todo sigue igual. — casi gruño al mostrarle una pequeña sonrisa socarrona, pero no lo puedo evitar, cada vez que estoy a punto de hacer algo que no debo, mis labios me delatan y esta no es la excepción.
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