Al instante siguiente, los dos asesinos arremetieron contra Nataniel, flanqueándolo en un movimiento de tenazas.
—¡Aficionados! —gruñó Nataniel burlándose.
Saltó en el aire y pateó con ambas piernas. Dos golpes sordos impactaron a Ébano y a Marfil en el pecho. De inmediato, salió sangre salpicando de sus bocas mientras volaban por los aires como marionetas al cortarles los hilos. Aterrizaron a los pies de Gabriel y tosieron vaciando así por última vez sus bocas llenas de sangre. Sus cuellos se descolgaron sin fuerzas.
Estaban muertos.
«¿Qué?».
Gabriel y sus trescientos hombres estaban asombrados mientras miraban incrédulos los cuerpos.
¿Los dos asesinos despiadados que nunca habían sido derrotados murieron de una patada de Nataniel?
Gabriel volvió en sí, sacó una pistola y apuntó a Nataniel. Como si lo hubiera visto por primera vez, masculló:
—¡Maldito cretino! ¿Quién hubiera sabido que eras tan fuerte? Ni siquiera Ébano y Marfil estaban a tu altura. ¿Pero de qué sirve tu fuerza frente a mi pistola?
En cuanto César, Tomás y la Élite 8 vieron a Gabriel tomar su pistola, se pusieron delante de Nataniel a toda prisa. Como su guardia personal, estaban dispuestos a protegerlo con sus vidas.
Gabriel notó cómo los hombres se habían movido para protegerlo y se burló:
—Cruz, solo tienes diez guardaespaldas y yo tengo doce balas en mi pistola. Además, aún tengo a 300 de mis mejores luchadores conmigo. ¿En verdad crees que no puedo llegar a ti?
No hubo ni una pizca de miedo en el rostro de Nataniel cuando vio el arma. Ordenó a sus hombres que se hicieran a un lado y avanzó para ponerse delante de ellos.
—¿Te atreves a agitar esa arma en mi cara? ¿Te estás metiendo conmigo porque crees que no tengo hombres ni armas? —preguntó con una expresión divertida en el rostro.
—¿Y qué pasa si lo estoy haciendo? —Gabriel esbozó una sonrisa maliciosa. Luego, apretó el gatillo.
—Parece que nunca has usado un arma, ¡ni siquiera le quitaste el seguro! ¿Cómo esperas matarme si no sabes lo básico?! —se burló Nataniel con desdén.
El jefe de la familia Lobaina parpadeó sorprendido antes de mirar su arma. En efecto, el seguro estaba puesto y aún no había cargado el arma. Se maldijo por su tontería antes de maldecir a Nataniel por recordárselo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Saludo al General