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Saludo al General romance Capítulo 115

Cuando Samuel escuchó las palabras de Jorge, lo halagó:

—¡Ja! ¡Con «usted» dándoles caza, Sr. Zulueta, de seguro están muertos!

Jorge tenía una expresión complacida en el rostro, pero lo que salió de su boca fue:

—Aunque no pienso que Cruz y Dávila sean tan buenos, el hecho es que cada vez que alguien declara sus malas intenciones hacia ellos, los arrestan. Por tanto, tendré que ser reservado y operar en la oscuridad.

Samuel estaba ansioso porque la familia Zulueta se deshiciera de Nataniel. Para él, aquel hombre deplorable era la razón por la que la familia Sosa se encontraba en la situación actual.

—¿Puedo preguntar qué planea hacer, Sr. Zulueta?

—¿Esta mujer es de la familia Sosa? —En respuesta, Jorge le lanzó una foto.

Samuel recogió la foto, la miró y vio que era Penélope.

—Es mi sobrina. Sin embargo, exiliamos a su familia hace mucho tiempo. La familia Sosa ya no tiene nada que ver con ella.

—¿En serio? Muy bien. Es muy linda y me gusta —dijo Jorge con una sonrisita.

Samuel y el resto de los hombres se quedaron desconcertados con sus palabras. Unos instantes después, recordaron otro aspecto importante sobre este hombre.

El apodo de Jorge Zulueta era el Picaflor, pues tenía fama de acostarse con muchas mujeres hermosas. Una vez que posaba sus ojos en una mujer, hacía cualquier cosa por tenerla. Cualquier cosa.

Con una sonrisa malvada continuó:

—Pensé que debía decírtelo antes, ya que es tu sobrina. Sin embargo, no tendré que contenerme más, pues no tiene nada que ver con la familia Sosa. En menos de dos semanas, me aseguraré de que Cruz y Dávila sufran muertes horribles como corresponde, mientras Penélope Sosa grita de placer debajo de mí.

Nataniel llegó a su casa en la tarde. Como era domingo, Peni y Reyna estaban ahí.

Cuando la pequeña lo vio, salió corriendo con sus piernas cortas diciendo un dulce «Papá».

Se agachó para cargarla y le dio un beso fuerte en cada una de las mejillas regordetas.

Al escuchar sus palabras, de inmediato Peni se rehusó.

—No quiero ir. Pueden ir los dos y pasar un buen rato como padre e hija.

Reyna miró a su madre con ojos suplicantes y le rogó:

—Mamá, ¡deberías venir! Últimamente has estado tan ocupada con el trabajo que es extraño que estés aquí un fin de semana conmigo y con papá.

Nataniel se rio entre dientes y metió la cuchareta.

—Sí. Soy hombre, hay ciertas cosas que sería mucho más conveniente que tú las manejaras. Por ejemplo, cuando Reyna se pone su traje de baño o tiene que ir al baño. Una mujer tiene que llevarla, pues estoy seguro de que yo no puedo.

Para ser honesta, Peni pensaba que era una buena idea que su hija practicara natación en la piscina. Después de todo, no está de más tener una habilidad extra. Quizás un día saber nadar podría ser vital para su supervivencia.

Por tanto, decidió ir con Nataniel y su hija al Complejo de Piscinas Buenos Tiempos.

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