El hedor a orina ondulaba en el aire, pues los hombres de la familia Lobaina se habían orinado del miedo. Incluso Gabriel había olvidado el dolor de su brazo perdido, pues estaba estupefacto y boquiabierto. Con voz temblorosa preguntó:
—¿Q… quién e… eres?
Mirando el lívido rostro de Gabriel y los temblorosos hombres detrás de él, Nataniel dijo con brusquedad:
—¡No eres digno de saber mi identidad! Intenté darte la oportunidad de vivir, pero no la aceptaste. ¡Acábenlo!
Bajo sus órdenes, dos soldados lo arrastraron hacia un lado y lo ejecutaron de inmediato. Ese fue el fin de Gabriel Lobaina.
Los hombres de Gabriel, que ya estaban aterrorizados, se quebraron al ver a su jefe morir. Se arrodillaron pidiendo piedad lastimosamente.
César se acercó a Nataniel y le susurró al oído:
—¿Qué hacemos con ellos?
—Arréstenlos a todos y verifiquen sus antecedentes. Castíguenlos según sus crímenes —respondió Nataniel con voz fría.
Había una razón por la que la familia Lobaina tenía tantos hombres; los utilizaban para intimidar a las personas de la ciudad. Estaba seguro de que todos estos hombres tenían que ser encarcelados por un crimen u otro.
A pesar del funesto prospecto de futuro que les esperaba, los hombres de Gabriel se sintieron muy aliviados por no haber muerto ese día. Después de todo, estar vivo y encarcelado era mejor que estar muerto y bajo tierra.
Después de dar instrucciones a César de asegurarse de que no se filtrara su identidad, Nataniel dejó que sus subalternos limpiaran todo mientras él regresaba a la ciudad.
…
En un yate de lujo en el centro de la Bahía Claro de Luna en Ciudad Fortaleza.
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