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Se casó con el tío de mi ex romance Capítulo 1

Después de siete años de noviazgo y compromiso con Mateo Herrera, Ana Vargas decidió romper la promesa. Pasaron dos horas hasta que recibió una respuesta, en la que él insistía en hablar con ella en persona.

La cafetería estaba muy fresca por el aire acondicionado, mientras afuera el sol se ponía y el cielo se oscurecía de forma gradual.

Cada vez que cerraba los ojos, veía las impactantes imágenes de Mateo e Isabella Ramírez juntos. Mateo era su prometido, e Isabella, la hija biológica que los padres adoptivos de Ana acababan de encontrar. Mientras tanto, Ana estaba sola en el hospital, conectada a un suero para aliviar los dolores menstruales, cuando los descubrió abrazándose de manera íntima.

¿Y quién era Mateo? Nada más y nada menos que el heredero de una de las familias más prestigiosas de Terraflor y presidente de Herrera Enterprises, un hombre cuyo tiempo era tan valioso que ella tenía que programar citas con semanas de anticipación.

Sin embargo, ahora encontraba tiempo durante sus horas de trabajo para acompañar a otra persona al médico. Lo irónico era que esa misma mañana, ella le había preguntado con timidez si tendría tiempo libre por la tarde, y había recibido una fría negativa.

Ana sonrió con amargura, incapaz de ocultar el dolor en sus ojos mientras se presionaba con fuerza el abdomen adolorido y revisaba sus redes sociales. Su expresión se tensó, y sus dedos se crisparon al ver la publicación de su madre, Laura, quien había publicado una foto hacía tan solo tres minutos, acompañada de emojis de pulgares arriba.

Con manos temblorosas, Ana abrió la imagen. En ella, Isabella se encontraba débil, recostada en la cama del hospital, mientras un hombre se inclinaba hacia ella en una postura bastante íntima. Aunque solo se veía su espalda, después de siete años juntos, Ana habría reconocido a Mateo donde fuera. Que él siguiera en el hospital con Isabella le oprimió el corazón hasta casi asfixiarla.

Afuera ya había oscurecido, y los clientes de la cafetería comenzaban a marcharse. Ana, mecánicamente, le enviaba mensajes a Mateo, los cuales él leía, pero no respondía. Al revisar su historial de conversaciones, notó que, en algún momento, las respuestas de Mateo se habían vuelto cada vez más distantes, hasta convertirse en solo monólogos de ella. ¿Realmente existía alguien tan ocupado que no podía siquiera mirar su teléfono en todo el día? Ana no lo sabía, solo era consciente de que el hombre que solía responderle incluso mientras se duchaba parecía haber desaparecido por completo.

Cinco minutos antes del cierre, Mateo llegó por fin. Era un joven alto y esbelto, de hombros anchos y cintura estrecha, con los primeros dos botones de la camisa desabrochados que dejaban entrever su masculinidad. Sus rasgos eran innegablemente guapos, pero había un evidente cansancio bajo sus ojos cuando se sentó frente a Ana.

—¿Por qué quieres romper el compromiso?

—¿Por qué llegaste tan tarde?

Hablaron al mismo tiempo. Mateo se sorprendió, y luego se frotó las sienes, cansado, mientras murmuraba una excusa trivial sobre horas extra en el trabajo. Mintió sin el menor remordimiento, y, si Ana no lo hubiera visto en el hospital con Isabella, quizás hasta le hubiera creído.

Ana soltó una risa sarcástica. Era hermosa, con facciones delicadas y normalmente amables, pero ahora su expresión siempre estaba a la defensiva. Mateo la encontró irreconocible mientras reprimía su creciente irritación.

—Ana, he estado muy ocupado. ¿Podemos hablar de nosotros cuando termine con todo esto?

Después de siete años juntos, mientras sus amigos de la misma edad ya estaban casados y con hijos, ellos seguían siendo simples prometidos. No era que Mateo no quisiera avanzar, pero, cada vez que lo consideraba, la idea de una vida rutinaria lo asfixiaba. Después de tanto tiempo con Ana, la emoción se había desvanecido.

—¿Ocupado? ¿Ocupado siendo cariñoso con Isabella en el hospital? —preguntó Ana, furiosa, arrojando su teléfono frente a Mateo. En la pantalla estaba la foto que Laura había publicado, una prueba innegable.

—¡Ana! —le recriminó él—. ¡Ya te he dicho mil veces que solo somos amigos! ¿Puedes dejar de ser tan paranoica y armar tantas novelitas en tu cabeza?

Antes, Mateo la miraba con amor, y nunca le habría hablado de esa manera; pero todo había cambiado.

—Los Ramírez no renunciarán tan fácilmente a su conexión con los Herrera —repuso él, insinuando que no podrían romper el compromiso.

—Yo no soy una Ramírez. Además, ellos han querido que rompa el compromiso desde hace tiempo.

Antes, cuando el amor la sostenía, había soportado la presión de los Ramírez, pero ahora estaba cansada. Si Mateo realmente la hubiera amado, se habría casado con ella después de graduarse, en lugar esperar que ella cumpliera veinticinco años sin ningún resultado.

—Ana, te lo preguntaré una última vez, ¿realmente quieres romper el compromiso? —Mateo estaba furioso.

Como respuesta, Ana se quitó el anillo, un diseño personalizado que él le había encargado a un famoso diseñador, con sus iniciales grabadas en el interior. Este gesto provocó una inexplicable ansiedad en Mateo, pero, antes de que pudiera impedirlo, Ana dejó caer el anillo en el café frío.

—¡Ana! —gritó él, furioso.

Sin embargo, ella lo miró con determinación y sentenció:

—Esto se acabó.

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