—Lo siento muchísimo, no me fijé —se disculpó una voz femenina con evidente malicia.
El vestido de Ana, que llegaba hasta los tobillos, ahora tenía un profundo rasgón en el muslo que dejaba ver su piel blanca. Al volverse, se encontró con una cara familiar: Paula, la hermana menor de Mateo. No era la primera vez que le hacía una jugarreta de ese tipo. En el pasado, por respeto a Mateo, Ana siempre había optado por callar, pero ahora... ¿qué importaba?
Casi todos los presentes observaban la escena, asombrados, esperando que Ana hiciera el ridículo. Paula la miraba desafiante, pero cuando vio que Ana tomaba una copa de la mesa con tranquilidad, un mal presentimiento la invadió.
Efectivamente, entre los gritos de Paula, Ana le derramó la bebida sobre su costoso y delicado vestido.
—Disculpa, se me resbaló —dijo Ana con una sonrisa enigmática, arqueando una ceja.
La audacia del gesto hizo que varios contuvieran el aliento por un momento.
—¡Ana! ¿Estás loca? —gritó Paula.
Era el cumpleaños de Carlos y Ana no quería causar un escándalo mayor, por lo que, mirando a Paula, que estaba furiosa, dijo con seriedad:
—De verdad se me resbaló, lo siento.
Sin embargo, el comentario solo empeoró las cosas. Paula convencida de que Ana lo había hecho a propósito, estaba a punto de estallar. Pero, cuando se lanzó hacia Ana, Mateo apareció justo a tiempo para detenerla.
—¡Basta, Paula! —la reprendió en voz baja—. Es el cumpleaños del abuelo. Si mamá llega y te ve así, te va a regañar.
—¡Pero Mateo! —protestó Paula, con lágrimas en los ojos—. ¡Viste lo que me hizo Ana! ¡Haz que se disculpe!
La tensión se sentía en el aire. Isabella, que observaba encantada desde lejos, junto a Ricardo y Laura, sintió que su mal humor se disipaba, y, tras evaluar el ambiente y notar que toda la atención de los Herrera estaba concentrada allí, vio su oportunidad para acercarse y destacar.
—Mateo, ¡no te quedes callado! ¡Haz que Ana se disculpe! —insistió Paula ante el silencio de su hermano.
—Ana, Paula es solo una jovencita sin malas intenciones —intervino Isabella en ese momento, apoyándola. Tú fuiste quien se equivocó aquí. Es el cumpleaños de Carlos, no causes problemas.
A simple vista, sus palabras parecían razonables. Paula solo tenía diecisiete años, era prácticamente una niña, por lo que Ana, siendo bastante mayor, parecía mezquina al reaccionar de esa forma, y las miradas de reproche y desprecio se dirigieron hacia ella.
—Ana, discúlpate con Paula y terminemos con esto —dijo Mateo.
Sintiéndose respaldada, Paula le lanzó a Ana una sonrisa presumida que en el pasado, la habría herido, pero que ahora solo se le antojaba ridícula.
—Ya lo dije, ¿no? Lo siento mucho, se me resbaló —respondió Ana, erguida y serena, con un tono que no mostraba ni un ápice de arrepentimiento.
Isabella intentó tocar a Ana, pero ella la miró con desprecio, como si fuera simple basura, dejándola con la mano suspendida en el aire.
—Ana, así mis padres no podrán protegerte —le advirtió Isabella.
—¿Cuándo lo han hecho? —respondió Ana con una risa burlona, como si hubiera escuchado el chiste más gracioso.
La tensión aumentó, y Ana no quería perder más tiempo allí. Aunque Paula fuera inmadura, seguía siendo una Herrera, y esto pondría a Carlos en una posición difícil a pesar de su preferencia por Ana.
Ante la mirada de todos, Ana terminó de rasgar la parte dañada del vestido, transformándolo en uno corto que dejaba al descubierto sus esbeltas piernas.
—¡Ana! —exclamó Mateo con una expresión severa.
Ana lo ignoró por completo y se dirigió hacia Carlos, quien la observaba en silencio.
—Carlos..., lo siento mucho, pero tengo un asunto urgente que atender y debo retirarme —dijo Ana, entregándole su regalo al anciano.
Carlos, que parecía entender la situación perfectamente, se limitó a decir:
—Dejaré que Mateo te acompañe.
La diferencia entre irse sola o ser escoltada por el heredero de los Herrera era significativa. Aunque Carlos no lo expresara directamente, eso favorecía a Ana.
—No hace falta, quédate tú con las cosas repugnantes.
El doble sentido era evidente. Las sienes de Mateo latían por la ira y, en un impulso, rodeó los hombros de Isabella con su brazo, en un gesto sorprendió a Isabella, quien de inmediato se llenó de alegría.
—Le hablaré al abuelo sobre la ruptura del compromiso. No te arrepientas —advirtió Mateo, mirando fijamente a Ana.
—No te preocupes por eso —respondió ella con una sonrisa tranquila, sin mostrar ni un mínimo rastro de celos ante la cercanía de aquellos dos.
En ese momento de tensión, un lujoso automóvil se acercó a la entrada. Los tres, sorprendidos, voltearon para ver cómo Gabriel Urquiza, el tío de Mateo, descendía del vehículo. Era un hombre atractivo, cuya gabardina negra acentuaba su alta y esbelta figura. Detrás de sus gafas con montura dorada, sus ojos revelaban una gran astucia, y toda su presencia emanaba un aire de distinción y refinamiento.
Al verlos, Gabriel dirigió su mirada hacia Mateo, con ojos oscuros e indescifrables.
—Tío —saludó Mateo, secamente, soltando a Isabella.
Aunque lo llamaba «tío», Gabriel solo era cuatro años mayor que él. Sin embargo, en términos de poder y estatus familiar, Gabriel siempre había estado un escalón por encima de Mateo.
Gabriel respondió con un leve saludo.
—¿Mi madre no vino? —preguntó Mateo, mirando detrás de su tío. Esa mañana había dicho por teléfono que estaba en el aeropuerto y, calculando el tiempo, ya debería haber llegado.
—Surgió algo urgente y no pudo venir —respondió Gabriel antes de dirigirse a Ana con voz profunda—. ¿Por qué no entran?
—Tengo un asunto urgente en casa. Vendré de visita en otra ocasión —respondió Ana con perfecta cortesía.
—¿Estás esperando taxi? —preguntó Gabriel, curioso.
Ana dudó un momento antes de asentir, tras lo cual él afirmó:
—Yo te llevo.

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