La declaración de Gabriel los sorprendió a los tres. ¿Desde cuándo era tan amable? Por lo que Mateo recordaba, su tío era un hombre frío y distante, siempre dedicado a la investigación científica en el extranjero, sin mostrar ni la más mínima cercanía con nadie. ¿Y ahora se ofrecía amablemente a llevar a Ana?
Mateo frunció el ceño, sintiendo una inexplicable inquietud.
—Tío, yo puedo llevarla.
—Es el cumpleaños de Carlos y tienes muchas cosas que atender. No te preocupes —respondió Gabriel, alternando la mirada entre Mateo e Isabella, con una sonrisa burlona en los labios.
Isabella se tensó, sintiéndose incómoda ante la presencia intimidante de aquel hombre. ¿Qué tan cercano era con Ana? No pudo evitar especular, aunque la envidia hacia Ana predominaba en ella.
Ignorando por completo a la pareja, Gabriel abrió la puerta trasera del auto, mientras decía:
—Señorita Vargas, por favor.
A esas alturas, Ana no tenía razones para rechazarlo, por lo que se montó en el vehículo sin más.
Mientras los veía alejarse, el rostro de Mateo se endureció, y su humor cayó por los suelos. ¿Desde cuándo Ana y Gabriel eran tan cercanos?
—¡Qué descarada! —comentó Isabella—. Mira que coquetear con otro hombre frente a su prometido. No tiene límites.
En el auto, ambos se sentaron con suficiente distancia entre ellos, y Ana bajó la mirada instintivamente, buscando la manera de iniciar la conversación.
Gabriel observó en silencio, con una mirada contenida, antes de por fin romper el silencio:
—¿Peleaste con Mateo?
Su tono neutral no revelaba emoción alguna, por lo que Ana decidió ser honesta:
—Terminamos. —Hizo una breve pausa y añadió—: Gracias por el vestido. Te devolveré el dinero. —No es necesario, es un regalo.
El silencio volvió apoderarse del coche. Ana miraba nerviosa por la ventana, sus pensamientos centrados Gabriel. Durante sus siete años con Mateo, había conocido a toda la familia, excepto a Gabriel, a quien había conocido más tarde durante su intercambio estudiantil. Fue entonces cuando descubrió que era el tío de Mateo. Por discreción, había preferido fingir que no lo conocía, y él le había seguido el juego, sin mencionar lo ocurrido en el extranjero.
—Si tienes problemas que no puedas resolver, puedes acudir a mí directamente —dijo Gabriel, interrumpiendo sus pensamientos.
— Puedo resolverlos yo misma —respondió Ana cortésmente.
Gabriel no insistió. Cuando la vio entrar al apartamento, le ordenó al chofer que diera la vuelta, en el mismo momento que recibía una llamada.
—Gabriel, ¿cuánto tiempo estarás en el país?
—No volveré.
La respuesta casual causó conmoción en su interlocutor.
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