—Tú no estás gorda, no necesitas ninguna dieta. ¡Me partes el corazón si te veo pasar hambre! —dijo Susana, tomando cariñosamente la mano de Juliana con una expresión de puro amor.
—Entonces, para ti soy la más bonita, ¿verdad? —preguntó Juliana, abrazándola con coquetería.
—¡Claro que sí, mi niña es la más hermosa del mundo!
La ternura y la alegría en el rostro de Susana contrastaban con la fugaz preocupación que había mostrado por Otilia.
El semblante severo de José se suavizó, y sus ojos se llenaron de cariño. La actitud desafiante de Karim se disipó, dejando paso a una expresión de satisfacción. Incluso el rostro siempre serio de Rafael se iluminó con una sonrisa.
La rodeaban, formando una estampa de familia feliz y unida, completamente ajenos a que ese era el día en que Otilia, después de dos años, por fin regresaba a casa.
Otilia permanecía en el umbral, observando la escena con una mirada vacía, sin rastro de emoción.
Había presenciado imágenes como esa innumerables veces. Antes, le provocaban rabia, celos, impotencia.
Más de una vez había intentado unirse a ellos, formar parte de esa familia feliz, pero solo había conseguido miradas de desprecio y fastidio.
«Otilia, ¿por qué tienes que ser tan mezquina y estar siempre en contra de Juli?».
«¡Otilia, qué pesada eres!».
«Otilia, ¿quieres largarte de una vez?».
«Otilia…».
Pero la Otilia de ahora ya no era la de antes. Ya no se aferraba a la esperanza de ser aceptada, sabiendo que solo era una molestia para ellos.
Cabizbaja, intentaba hacerse invisible, desaparecer de un hogar al que ya no sentía que pertenecía.
Después de un largo rato, la feliz familia pareció recordar que había alguien más en la habitación.
Las sonrisas se desvanecieron de sus rostros.
Comparado con lo que habían sufrido otros…
Haber salido viva de ese lugar ya era, en sí mismo, un milagro.
Susana se quedó helada, sin saber si era por el gesto de Otilia o por el formal «señora Aguilar». Sus ojos, sin poder evitarlo, se enrojecieron.
—Oti, tú…
¿No era ella a quien más quería?
Juliana, que estaba más cerca, fue la primera en notar los ojos húmedos de Susana. Se acercó de inmediato, la tomó del brazo y, al mirar a Otilia, las lágrimas brotaron de sus ojos.
—Hermana, mamá se preocupa de verdad por ti. Aléjarte así es como clavarle un puñal en el corazón.
»Si tienes que culpar a alguien, cúl-pame a mí. Fui yo la que no debió volver y robarte el cariño de nuestros padres. Fui yo la que les contó que me habías empujado. Cúl-pame a mí, por favor… ¡snif, snif!

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