Los pasos del hombre se detuvieron en ese instante. No se negó, simplemente no dijo nada.
Lo único era que, en el lugar, solo habían preparado una tijera.
Ambos se pararon frente a la cinta de colores. Enrique se colocó a un lado de Camelia, bajó la mirada y tomó la mano de ella, y juntos cortaron la cinta.
Los reporteros captaron ese momento con sus cámaras.
La verdad, cortar la cinta con una sola tijera entre dos no era algo fuera de lo común; muchas veces socios o empresas recién inauguradas hacían lo mismo.
Pero al verlos parados ahí juntos, él tan elegante y ella tan guapa, parecía que el ambiente se llenaba de una tensión especial, como si flotara algo más que una simple relación profesional.
Las expresiones de quienes estaban presentes empezaron a cambiar.
Pero nadie dijo nada, aunque todos entendieron lo que ocurría.
Las conversaciones en voz baja no tardaron.
—El presidente Monroy sí que quiere a la señora Monroy, ¿eh?
—La señorita Duarte y el presidente Monroy son el ejemplo a seguir en la industria. Los dos son de lo mejor.
Irene escuchó cada palabra, sin perderse ni una sola.
Su expresión seguía serena, con la vista baja mientras tomaba apuntes.
Llegó el turno de las preguntas de los reporteros.
Uno de ellos, micrófono en mano, preguntó:
—Se dice que esta empresa fue fundada para la señora Monroy. También se comenta que el presidente Monroy y la señora Monroy llevan años casados y tienen mellizos.
—Pero nadie sabe quién es la señora Monroy, sigue siendo un misterio. Entonces, presidente Monroy, ¿la señorita Duarte es…?
Con esto, la conversación dejó de ser laboral para meterse en terreno personal.
Camelia no perdió la sonrisa, pero giró un poco el rostro para mirar a Enrique.
En el fondo, ella también sentía curiosidad por la respuesta.
Él e Irene estaban a punto de divorciarse. No lo hizo antes, ni después, justo tuvo que ser cuando ella regresó al país.
Ella entendía perfectamente lo que eso significaba. Y encima, estaba Rodri entre ellos.
Rodri era su hijo, y Enrique era el papá de Rodri.

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