El núcleo del proyecto fue construido a base de noches y días de desvelo por AeroSat Innovación.
No se podía permitir que, solo por una relación de colaboración, entregaran todos sus logros en bandeja.
Era descarado cómo pretendían apropiarse de lo ajeno.
Enrique solo quería ver feliz a Camelia, allanarle el camino y, en ese afán, no le importaba pisotear intereses ajenos. Todo lo quería para ella.
Camelia frunció el entrecejo por reflejo.
Armando también arrugó la frente, su expresión se endureció.
—¿Quién le dio derecho a Irene de decidir por AeroSat Innovación? —pensó Armando—. Gabriel ni siquiera ha dicho nada al respecto.
El señor Ramos percibió la tensión y la incomodidad que flotaba en el ambiente.
—En el fondo, sin importar quién lidere el proyecto, todos somos socios aquí. Cuando esto termine, todos vamos a salir ganando —intervino, tratando de suavizar la atmósfera—.
—Hay que reconocer que Corporación Maximizecno es quien más ha invertido en este proyecto. Por lógica, deberían tener cierta voz y voto —agregó, dirigiendo la mirada a Enrique, quien sentado, parecía una montaña inamovible—. Quizás sería bueno escuchar lo que opina el presidente Monroy.
Era cierto.
Al ser un proyecto impulsado por el gobierno, AeroSat Innovación no tenía la capacidad financiera para abarcarlo por sí solo. La empresa seguía siendo demasiado pequeña.
Sin embargo, al asociarse con Corporación Maximizecno, el proyecto podría alcanzar escenarios mucho más ambiciosos.
Además, al ser un plan con respaldo gubernamental, los contratos carecían de trampas ocultas.
Camelia decidió intervenir, su mirada se posó directamente sobre Gabriel.
—Permítanme decir algo. El presidente Lobos, siendo el mayor accionista de AeroSat Innovación, aún no ha hablado. ¿Por qué la señorita Casas toma decisiones como si fuera su dueña?
La intención tras sus palabras era obvia, una puya disfrazada: Irene ni siquiera tenía la autoridad ni la capacidad para tomar decisiones por la empresa, y aun así se atrevía a decidir por el jefe.
Gabriel dejó el contrato sobre la mesa, le dirigió a Camelia una media sonrisa, fría y cortante, sin preocuparse por guardar las apariencias.
—La presidenta Casas es el corazón técnico de la empresa. Ella tiene derecho a opinar. No es como otros que necesitan esperar a que un hombre les marque el rumbo.
Camelia se quedó helada ante la respuesta.
Su tono se volvió más gélido:
—Presidente Lobos, ¿no será que tiene demasiados prejuicios conmigo?
Gabriel alzó la ceja, respondió con una sonrisa indescifrable:
—¿Prejuicios? ¿Acaso mencioné tu nombre?

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