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Todo por mi Hija romance Capítulo 280

Habían quedado de verse a las nueve en punto, justo a la hora más temprana del día.

Irene apenas llevaba unos minutos sentada cuando, a través de la ventana del registro civil, vio estacionarse un lujoso carro oscuro frente a la entrada. Era un Cayenne. La puerta se abrió y, con ese aire sereno que parecía inmutable, Enrique descendió del vehículo.

Al mismo tiempo, varias parejas llegaron, cada una con su propio equipaje emocional a cuestas. Se les notaba el enojo, la tristeza, la impaciencia, y hasta el resentimiento marcado en la mirada. Cada pareja le ponía un matiz distinto a la misma historia: el desencanto.

En cambio, Irene y Enrique parecían dos extraños. Serenos, apartados de cualquier drama.

Enrique la observó con calma, la voz tan neutral como siempre:

—¿Llevas mucho esperando?

—Acabo de llegar —respondió Irene, bajando la mirada hacia la mano de Enrique, envuelta en vendas blancas—. ¿Puedes firmar con la izquierda?

Enrique apenas desvió la vista hacia ella, como si la pregunta flotara en el aire.

—¿Tú qué crees?

Irene pensó que si estaba ahí, era porque podía hacerlo. Así que no había por qué darle más vueltas.

—Vamos.

Sin decir más, caminaron juntos hasta la ventanilla de divorcios, cada uno cargando la carpeta con los papeles necesarios. Parecían cumplir un trámite cualquiera, como si no se tratara del final de su historia.

La empleada del registro les recibió los documentos. Revisó todo con la eficiencia de quien ha visto cientos de casos como este. Todo estaba en orden. Enseguida, deslizó por la ventanilla el formulario de consentimiento para el divorcio.

—Si ambos están seguros de divorciarse y no quieren desistir —dijo la funcionaria con tono formal—, pueden firmar aquí.

Aun así, no pudo evitar mirarlos con curiosidad durante unos segundos más de lo normal. En todos sus años allí, pocas veces había visto una pareja tan bien parecida como ellos. Él, de facciones marcadas y presencia elegante; ella, con una belleza radiante y el semblante decidido. Una pareja que, a simple vista, parecía hecha el uno para el otro.

Irene tomó el documento y, sin dudarlo, agarró la pluma y estampó su firma. Su trazo fue firme, sin titubeos.

Enrique la miró mientras ella firmaba, la expresión oscura y difícil de descifrar.

Cuando Irene terminó, lo miró de reojo. Él seguía sin moverse.

Arrugó la frente, confundida.

—¿Y ahora qué? —preguntó, impaciente—. ¿Te vas a echar para atrás?

Enrique respondió en voz baja, casi en un susurro:

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