Ahora, por fin, Irene ya no tenía ningún vínculo con Enrique.
Todo el trámite del divorcio tomó menos de diez minutos.
Sin embargo, aquella relación había parecido eterna y le costó a Irene un precio altísimo.
Por suerte, ese matrimonio desastroso, que la había dejado en ruinas, finalmente llegó a su fin.
Enrique, al ver la sonrisa poco habitual en el rostro de Irene, apartó la mirada con indiferencia.
Al salir del registro civil, el Porsche Cayenne seguía estacionado firme en la entrada.
Enrique se detuvo, giró la cabeza y miró a Irene.
—¿Te llevo?
—No hace falta.
En su voz no había ni rastro de emoción.
Jamás se rebajaría a subirse al carro de su exmarido.
A Enrique eso nunca le importó, tampoco le interesaba insistir.
Solo asintió levemente, dio media vuelta y caminó hacia el Bentley.
Rubén se apresuró a abrirle la puerta a Enrique.
Justo en ese instante, Irene, de reojo, creyó ver a una mujer sentada dentro del carro.
No necesitaba adivinar de quién se trataba.
Hasta en el divorcio, Camelia lo acompañaba.
Irene pensó, con amargura, que si no fuera porque para casarse había que escoger fecha, seguro y ese mismo día Enrique y Camelia aprovecharían para firmar el registro.
Sin más, levantó la mano y pidió un carro por aplicación, y se marchó.
Ya en el asiento trasero, bajó la mirada y observó el acta de divorcio que sostenía entre las manos.
Aunque parecía de poco peso, en realidad le resultaba pesadísima, como si llevara años cargándola.
Soltó el aire, y esbozó una sonrisa de alivio. El viento del verano entraba por la ventana y la hacía sentir renovada.
Nunca antes le había parecido tan limpio y fresco el aire de Puerto Arcadia.
El verano apenas comenzaba, y con él, una nueva vida la estaba esperando.
Irene llegó a AeroSat Innovación con el ánimo ligero y una sonrisa dibujada en la cara.
Gabriel y Amelia ya la esperaban en la oficina.
Al ver su expresión tan relajada, Gabriel abrió los brazos.
—¡Felicidades! Por fin te liberaste, ahora sí, a recibir lo bueno que viene. ¡El futuro te espera y será de lo mejor!
Sobre la mesa había un pastel.
La felicitaban por su divorcio.
Amelia se acercó, la abrazó y le dio unas palmadas en la espalda.

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